DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR – 2022/04/10 – DIUMENGE DE RAMS EN LA PASSIÓ DEL SENYOR
El Domingo de Ramos es fundamentalmente un Domingo y celebramos, como cada Domingo, la Resurrección de Cristo. La Liturgia de la conmemoración de la entrada de Jesús en Jerusalén en el Rito Romano está vinculada a la celebración eucarística. Es la Iglesia, que se dispone a acompañar a su Señor y Esposo en la celebración del Misterio de la Pascua. Acompañamos al Señor, “rey” pacífico y humilde, que entra en la ciudad santa para ofrecer el sacrificio de la nueva alianza en su Cuerpo, y llevando a plenitud su obediencia al Padre. La monición del celebrante dice: “Hoy nos disponemos a inaugurar, en comunión con toda la Iglesia, la celebración anual del Misterio pascual de la pasión y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo“. La memoria de la entrada de Jesús en Je rusalén, según las tres posibilidades ofrecidas por el Misal, debe ser preparada. Es expresión del amor y de la gratitud por la entrega de Cristo, que se ofrece a sí mismo como cordero de la nueva Pascua. Por la historia litúrgica sabemos que en Roma empezaba con una gran sobriedad la Semana Santa, pero los peregrinos medievales, sobre todo de la Galia, participaban en la Liturgia festiva de Jerusalén, la que iniciaba la gran semana con la procesión que, desde el monte de los Olivos quería imitar la entrada de Jesús en la ciudad santa. La costumbre se impuso en Occidente y también en Roma. De ahí el contraste litúrgico entre la conmemoración festiva de la entrada del Señor en Jerusalén y la sobriedad de la Misa, centrada ya en los misterios de la muerte y pasión del Señor. El Misal actual prevé la posibilidad de celebrar con una Liturgia de la Palabra la entrada de Jesús, separada de la Misa. La Semana Santa no es una sucesión de acontecimientos que se van celebrando, como si fuese un drama por partes, sino que está toda entera en cada una de las celebraciones, es decir, en cada una de ellas se actualiza el Misterio Pascual. Nos introducimos en el “gran paso” “pascua” hacia la Vida por la Muerte y la Resurrección, realizada plenamente en Cristo y en nosotros sacramentalmente. Esta semana forma un todo y recibe todo su sentido en el día que la culmina: el día de la Resurrección. La proclamación del Evangelio de la conmemoración no es aislada, va acompañada de los Salmos de la asamblea. Los Salmos 23 y 46 tienen su plena significación cristológica, así como el bellísimo himno “Pueri hebraeorum” con la preciosísima expresión: “Los niños hebreos profetizaban la Resurrección de Cristo“. Propiamente, en la entrada solemne, el rito termina con la veneración del altar y su incensación. La Liturgia de los ramos es el solemne “rito de entrada” a la celebración eucarística. La celebración eucarística está marcada por la proclamación de la Pasión del Se ñor según el Evangelio de Lucas. Se caracteriza por la misericordia del Señor en la última hora de su vida: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen; Hoy estarás conmigo en el paraíso“. Idealmente, hay que considerar que el texto de la Pasión encuentra su culminación, como una unidad sustancial, con el texto de la Resurrección de la Noche Santa. Dicha proclamación de la Pasión debe ser cuidadosamente preparada y la homilía debe ser breve, pero intensa. A no ser por causas realmente importantes, no debe proclamarse el texto breve de la Pasión. En el Oficio matinal, Oficio de Lectura y Laudes, se evoca la entrada del Señor en su ciudad para celebrar la Pascua, no así en Vísperas. El Señor culmina finalmente su peregrinaje a Jerusalén: ha cumplido con el ministerio mesiánico de proclamar el Reino y anunciarlo con signos prodigiosos. Ahora, su destino debe consumarse en Jerusalén. Por eso envía a sus discípulos a preparar el cortejo y su cabalgadura. Entra como “rey pacífico“, el pollino no se utilizaba para la guerra, y pobre, el pollino se lo han prestado. Los “mantos” para alfombrar el camino se utilizaban cuando un rey tomaba posesión del trono (cf. 2R 9,13): le aclamaban “con ramas cortadas en el campo“, delante de Él, cantando el versículo 23 del Salmo 117. Él es “el que viene en el nombre del Señor” y el “hosanna” está en los labios de todos porque llega el reino de “nuestro padre David“. El Señor se manifiesta como rey, toma posesión de la ciudad del Gran Rey (Sal 45,5), la futura esposa; pero “es- posa de sangre” ya que será cómplice de su muerte, y al mismo tiempo redimida por su sangre. El texto de Marcos cita solemnemente el Salmo 117, el Salmo pascual por excelencia, el Salmo que utiliza la Liturgia de la Iglesia para reencontrar y cantar inmensamente feliz el “aleluya” en la Vigilia de Pascua. El evangelista da importancia a un detalle: era un pollino “que nadie había montado“. Quizá signifique que nadie jamás como Jesús ha entrado como Mesías en la ciudad santa. No hay que olvidar la lectura opcional del IV Evangelio, debiéndose de combinar según oportunidad, pues de otra manera jamás sería escuchada por la asamblea litúrgica. Fundamentalmente, va a la par con Marcos, pues también se cita el Salmo 117 con la aclamación “Ho- sanna, bendito el que viene en el nombre del Señor“; y la profecía de Zacarías, referente a la Hija de Sión: “No temas hija de Sión“. El Señor viene como rey pobre y pacífico, aclamado por una multitud de pobres. El evangelista subraya que los discípulos “no lo comprendían” en ese momento, pero que después de su glorificación se acordaron de lo que estaba escrito sobre Él. Más todavía: que ellos mismos habían sido protagonistas de los antiguos oráculos y testigos, es decir, de una escena teológica única e irrepetible. Is 50, 4-7; Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24; Flp 2, 6-11; Lc 22, 14–23,56 (o bien más breve: 23, 41-49) Se proclama el tercer “Cántico del Siervo de Yahvé“: la primera Iglesia interpretará la pasión y muerte del Señor con los oráculos de Isaías y verá en ellos el cumplimiento de todo al detalle. En el Salmo escuchamos el alma del Señor a través de la oración del Salmo 21. El Señor murió en la Cruz recitándolo, y así hacemos nuestros los sentimientos de Cristo. Es lo que pide Pablo a los destinatarios de la carta a los Filipenses antes de transcribir el himno de la “ke-nosis“: “Cristo, por nosotros, se hizo obediente hasta la muerte, hasta la muerte en la Cruz“. Estas palabras, la Liturgia de la Iglesia las repite con frecuencia en las Horas Santas del Triduo. La “Passio secundum Lucam” es una narración extraordinaria. Todo lo anunciado y vivido por el Señor en su ministerio público se refleja en el relato de su pasión, muerte y sepultura. Es realmente el Evangelio del Hijo de Dios que, en obediencia al Padre, entrega su vida para la salvación de muchos: entra en el Reino, asume toda la humanidad y, con un abrazo desde la Cruz, la entrega al Padre en el Espíritu. Fundamentalmente sigue el mismo esquema de Ma- teo y de Marcos, pero hace sus propios subrayados en coherencia con todo su Evangelio. La muerte del Señor ocurrió en la “Parasceve“, el día de preparación al día 15 de “Nisán“, señalado como un día solemnísimo, el día de luna nueva con que se inauguraba la celebración pascual de Israel. La narración de Lucas es lineal, completa y abierta a la identificación del lector con los protagonistas del acontecimiento. Un aurea femenina envuelve el acontecimiento: las mujeres están presentes en el camino de la Cruz, en la crucifixión y junto a José de Arimatea forman el cortejo fúnebre hasta la sepultura. Es la presencia amorosa, casi esponsal, de la Hija de Sión que llora la muerte del hijo primogénito (Zac 12,10). Su presencia contrasta con la ausencia de los discípulos. Sin embargo, a diferencia de Marcos, suaviza dicha ausencia: propiamente no se van de Jerusalén. También suaviza los aspectos más sangrientos, pues sus primeros lectores conocían el horror de aquel suplicio. A los discípulos, y durante la celebración del “Séder“, Jesús les da su Cuerpo entregado y la Sangre en la nueva Alianza. También la investidura real; en definitiva, les entrega el Reino. En este Reino, el primero de ellos deberá portase como el menor, y a Pedro, que negará a su Señor, le da el ministerio de confortar a sus hermanos a fin de que no desfallezcan. Ese será el memorial que celebrarán hasta que se “cumpla la Pascua en el Reino de Dios“. Getsemaní es la antesala de la Pasión y de la oscuridad del Viernes Santo. Es realmente la agonía de Jesús, la lucha contra el Mal, que se presenta en forma de tentación. Jesús llama a los tres discípulos y los despierta. Quiere que sean testigos de sus lágrimas, de su abando- no, de su aceptación. Ellos representan la Iglesia. Sólo en Lucas aparece el ángel de consuelo para que el Señor pueda beber el cáliz de la ira de Dios contra el pecado. Los personajes de la Pasión se suceden con todo su dramatismo: Judas con su desesperación, Pedro con sus lágrimas, Pilatos con sus dudas, el Sumo Sacerdote con su acusación, Herodes con su necedad, la muchedumbre que pide la crucifixión… Jesús, substituido por Barrabás, comenzando así el misterio de la substitución vicaria, burlado, torturado y abucheado por la gente es entregado a la Cruz. La mención de Simón de Cirene pretende mover al lector a asociarse más a la Pasión, pues no se dice que tuvieran que forzarle a llevar la Cruz (Lc 23,26). Finalmente, Jesús debe escuchar los escarnios, eco atroz de las tentaciones del desierto y, entre ellas, la más terrible: “Si eres Hijo de Dios sálvate a ti mismo“. Justamente Él, que moría para salvar a todos, totalmente incomprendido, no es salvado. Durante la crucifixión, Lucas subraya la misericordia del Señor. Absuelve a aquellos que lo ejecutan y no se siente víctima de ninguna injusticia, sino de la ignorancia: “Padre, perdónales que no saben lo que hacen“. La gracia de la Cruz fluye ya allí: al malhechor crucificado a su derecha, le abre el cielo: “Hoy estarás conmigo en el paraíso“. Lucas omite las “palabras de abandono“, y así la última palabra de Jesús es: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu“. Jesús ya no tiene otro sitio donde reclinar la cabeza: muere en el seno del Padre. El centurión reconoce su inocencia e incluso la multitud se retira del lugar del suplicio, horrorizada por lo que han hecho con Jesús, lamentándose y dándose golpes en el pecho, como sig no de penitencia. La Cruz y la muerte del Señor irradian gracia y misericordia. Una gracia que fluye en la Iglesia y en el mundo por el Espíritu que nos ha sido dado. De esta manera Jesús es el Salvador que el mundo esperaba (Lc 2,10). Con la muerte del Hijo amado, orante, obediente, fiel, Dios ha salvado el mundo. Con razón el velo del templo se rasgó, pues empezaba una Alianza nueva: el nuevo Israel y un nuevo Templo. También un nuevo tiempo, el del Espíritu y de la Iglesia, que peregrina a la nueva Jerusalén, cuyas puertas permanecerán para siempre abiertas. La lectura de la Pasión según san Lucas da un sen- timiento profundo de paz y de amor agradecido. (Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2022, p.194ss) |
El Diumenge de Rams és fonamentalment un Diumenge i celebrem, com cada Diumenge, la Resurrecció de Crist. La Litúrgia de la commemoració de l’entrada de Jesús a Jerusalem en el Ritu romà està vinculada a la celebració eucarística. És l’Església, que es disposa a acompanyar el seu Senyor i Espòs en la celebració del Misteri de la Pasqua. Acompanyem el Senyor, “rei” pacífic i humil, que entra a la ciutat santa per oferir el sacrifici de la nova aliança en el seu Cos, i portant a plenitud la seva obediència al Pare. La monició del celebrant diu: “Avui ens reunim per començar amb tota l’Església la celebració del misteri pasqual de Nostre Senyor Jesucrist“. La memòria de l’entrada de Jesús a Jerusalem, segons les tres possibilitats ofertes pel Missal, ha de ser preparada. És expressió de l’amor i de la gratitud pel lliurament de Crist, que s’ofereix a si mateix com a anyell de la nova Pasqua. Per la història litúrgica sabem que a Roma començava amb una gran sobrietat la Setmana Santa, però els pelegrins medievals, sobretot de la Gàl·lia, participaven en la litúrgia festiva de Jerusalem, la qual iniciava la gran setmana amb la processó que, des de la muntanya de les Oliveres, volia imitar l’entrada de Jesús a la ciutat santa. El costum es va imposar a Occident i també a Roma. D’aquí el contrast litúrgic entre la commemoració festiva de l’entrada del Senyor a Jerusalem i la sobrietat de la Missa, centrada ja en els misteris de la Mort i passió del Senyor. El Missal actual preveu la possibilitat de celebrar amb una Litúrgia de la Paraula l’entrada de Jesús separada de la Missa. La Setmana Santa no és una successió d’esdeveniments que es van celebrant, com si fos un drama per parts, sinó que és tota sencera en cadascuna de les celebracions, és a dir, en cadascuna d’elles s’actualitza el Misteri Pasqual. Ens introduïm en el “gran pas” “pasqua” vers la Vida per la Mort i la Resurrecció, realitzada plenament en Crist i en nosaltres sacramentalment. Aquesta setmana forma un tot i rep tot elseu sentit el dia que la culmina: el dia de la Resurrecció. La proclamació de l’Evangeli de la commemoració no és aïllada, va acompanyada dels Salms de l’assemblea. Els Salms 23 i 46 tenen la seva plena significació cristològica, així com el bellíssim himne “Pueri hebraeorum” amb la preciosíssima expressió: “Els infants hebreus profetitzaven la Resurrecció de Crist“. Pròpiament, a l’entrada solemne, el ritu acaba amb la veneració de l’altar i el fet d’encensar-lo. La Litúrgia dels rams és el solemne “ritu d’entrada” a la celebració eucarística. La celebració eucarística està marcada per la proclamació de la Passió del Senyor segons l’Evangeli de Lluc. Es caracteritza per la misericòrdia del Senyor en la darrera hora de la seva vida: “Pare, perdoneu-los, que no saben el que fan; Avui seràs amb mi al paradís“. Idealment, cal considerar que el text de la Passió troba la seva culminació, com una unitat substancial, amb el text de la Resurrecció de la Nit Santa. Aquesta proclamació de la Passió ha de ser curosament preparada i l’homilia ha de ser breu, però intensa. Si no és per causes realment importants, no s’ha de proclamar el text breu de la Passió. En l’Ofici matinal, “Ofici de lectura i Laudes” s’evoca l’entrada del Senyor a la seva ciutat per celebrar la Pasqua, no així a “Vespres“. El Senyor culmina finalment el seu pelegrinatge a Jerusalem: ha acomplert amb el ministeri messiànic de proclamar el Regne i anunciar-lo amb signes prodigiosos. Ara, el seu destí ha de consumar-se a Jerusalem. Per això envia els seus deixebles a preparar el seguici i la seva cavalcadura. Entra com a “rei pacífic“, el pollí no s’utilitzava per a la guerra i pobre, el pollí és un préstec. Els “mantells“ per encatifar el camí s’empraven quan un rei prenia possessió del tron (cf. 2R 9,13): l’aclamaven amb “ramatge que collien dels camps“, davant d’ell, cantant el verset 23 del Salm 117. Ell és “el qui ve en nom del Senyor” i els “hosanna” exulten en els llavis de tots perquè arriba el regne del “nostre pare David“. El Senyor es manifesta com a rei, pren possessió de la ciutat del Gran Rei (Sal 45,5), la futura esposa; però “esposa de sang” ja que serà còmplice de la seva mort, i al mateix temps redimida per la seva sang. El text de Marc cita solemnement el Salm 117, el Salm pasqual per excel·lència, el Salm que utilitza la Litúrgia de l’Església per retrobar i cantar immensament feliç l’”al·leluia” a la Vetlla de Pasqua. L’evangelista dóna importància a un detall: era un pollí “que ningú no havia muntat encara“. Potser signifiqui que mai ningú no ha entrat com a Messies a la ciutat santa com ho féu Ell. Cal no oblidar la lectura opcional del IV Evangeli, havent de combinar-se segons oportunitat, doncs d’altra manera mai no seria escoltat per l’assemblea litúrgica. Fonamentalment, és com el relat de Marc, ja que també es cita el Salm 117 amb l’aclamació “Hosanna, beneït el qui ve en nom del Senyor“; i la profecia de Zacaries, referent a la Filla de Sió: “No tinguis por, ciutat de Sió“. El Senyor ve com a rei pobre i pacífic, aclamat per una multitud de pobres. L’evangelista subratlla que els deixebles “no comprenien” aquell moment, però que després de la seva glorificació es recordarien del que s’havia escrit sobre Ell. Més encara: s’adonarien que ells mateixos havien estat protagonistes dels antics oracles i testimonis, és a dir, d’una escena teològica única i irrepetible. Missa: Is 50, 4-7; Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24; Fl 2, 6-11; Lc 22, 14—23,56 (o bé, més breu: Lc 23, 41-49) Es proclama el tercer “Càntic del Servent de Jahvè“: la primera Església interpretarà la Passió i Mort del Senyor amb els oracles d’Isaïes i hi veurà el seu acompliment fil per randa. En el Salm escoltem l’ànima del Senyor a través de la pregària del Salm 21. El Senyor morí a la creu recitant-lo: així fem nostres els sentiments de Crist. És el que demana sant Pau als destinataris de la carta als Filipencs abans de transcriure l’himne de la “kènosi“: “Crist es féu per nosaltres obedient fins a la mort i una mort de Creu“. Aquestes paraules, la Litúrgia de l’Església les repetirà moltes vegades a les Hores Santes durant el Tríduum. La “Passio secundum Lucam” és una narració extraordinària. Tot allò anunciat i viscut pel Senyor en el seu ministeri públic es reflecteix en el relat de la seva passió, mort i sepultura. És realment l’Evangeli del Fill de Déu que, en obediència al Pare, lliura la seva vida per la salvació de “molts“: entra al Regne, assumeix tota la humanitat i, amb una abraçada des de la Creu, la lliura al Pare en l’Esperit. Fonamentalment segueix el mateix esquema de Mateu i de Marc, però fa els seus propis subratllats en coherència amb tot el seu Evangeli. La Mort del Senyor va ocórrer a la “Parasceve“, el dia de preparació al dia 15 del mes de “Nissan“, assenyalat com un dia solemníssim, el dia de lluna nova amb què s’inaugurava la celebració pasqual d’Israel. La narració de Lluc és lineal, completa i oberta a la identificació del lector amb els protagonistes de l’esdeveniment. Una aura femenina envolta el fet: les dones estan presents en el camí de la Creu, a la crucifixió i al costat de Josep d’Arimatea formen el seguici fúnebre fins a la sepultura. És la presència amorosa, gairebé esponsal, de la Filla de Sió que plora la mort del fill primogènit (Za 12,10). La seva presència contrasta amb l’absència dels deixebles. No obstant això, a diferència de Marc, Lluc suavitza aquesta absència: pròpiament no se’n van de Jerusalem. També suavitza els aspectes més sagnants, doncs els seus primers lectors coneixien l’horror d’aquell suplici. Als deixebles, i durant la celebració del “Séder“, Jesús els dóna el seu Cos entregat i la Sang en la nova Aliança. També la dignitat reial; en definitiva, els lliura el Regne. En aquest Regne, el primer d’ells haurà de comportar-se com el menor, i a Pere, que negarà el seu Senyor, li dóna el ministeri de confortar els seus germans per tal que no defalleixin. Aquest serà el memorial que celebraran “fins que haurà arribat el Regne de Déu“. Getsemaní és l’avantsala de la Passió i de la foscor del Divendres Sant. És realment l’agonia de Jesús, la lluita contra el Mal, que es presenta en forma de temptació. Jesús crida els tres deixebles i els desperta. Vol que siguin testimonis de les seves llàgrimes, del seu abandonament, de la seva acceptació. Ells representen l’Església. Només en Lluc apareix l’àngel de consol perquè el Senyor pugui beure el calze de la ira de Déu contra el pecat. Els personatges de la Passió se succeeixen amb tot el seu dramatisme: Judes amb la seva desesperació, Pere amb les seves llàgrimes, Pilat amb els seus dubtes, el gran sacerdot amb la seva acusació, Herodes amb la seva niciesa, la multitud que demana la crucifixió… Jesús, substituït per Bar-Abàs, començant així el misteri de la substitució vicaria, burlat, torturat i escridassat per la gent és lliurat a la Creu. La menció de Simó de Cirene pretén moure el lector a associar- se més a la Passió, doncs no es diu que haguessin de forçar-lo a portar la Creu (Lc 23,26). Finalment, Jesús ha d’escoltar els escarnis, eco atroç de les temptacions del desert i, entre elles, la més terrible: “Si ets el rei dels jueus, salva’t a tu mateix“. Justament Ell, que moria per salvar-nos a tots, totalment incomprès, no és salvat. Durant la crucifixió, Lluc subratlla la misericòrdia del Senyor. Absol aquells que l’executen i no se sent víctima de cap injustícia, sinó de la ignorància: “Pare, perdoneu-los, que no saben el que fan“. La gràcia de la Creu flueix ja allí: al malfactor crucificat a la seva dreta, li obre el cel, “Avui seràs amb mi al paradís“. Lluc omet les “paraules d’abandonament” i, així, l’última paraula de Jesús és: “Pare, confio el meu alè a les vostres mans“. Jesús ja no té un altre lloc on reclinar el cap: mor en el si del Pare. El centurió reconeix la seva innocència i fins i tot la multitud es retira del lloc del suplici, horroritzada pel que han fet amb Jesús, lamentant-se i donant- se cops al pit, com a signe de penitència. La Creu i la Mort del Senyor irradien gràcia i misericòrdia. Una gràcia que flueix en l’Església i en el món per l’Esperit que ens ha estat donat. D’aquesta manera Jesús és el Salvador que el món esperava (Lc 2,10). Amb la Mort del Fill estimat, orant, obedient, fidel, Déu ha salvat el món. Amb raó, el vel del temple es va esquinçar, doncs començava una Aliança nova: el nou Israel i un nou Temple. També un nou temps, el de l’Esperit i de l’Església, que peregrina a la nova Jerusalem, les portes de la qual romandran per sempre obertes. La lectura de la Passió segons sant Lluc dóna un sentiment profund de pau i d’amor agraït. (Calendari-Directori de l´Any Litúrgic 2022, p.191ss) |