2018-NAVIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Las Santas Iglesias celebran la Navidad del Señor y esa celebración llena de gozo y de luz las asambleas cristianas, puesto que no hay lugar para la tristeza el día que nos ha nacido la Vida, según la predicación de san León, papa.
La triple celebración de la Eucaristía proclama al Señor que por nosotros ha nacido, cuya gloria descubrimos en la Palabra proclamada, en su Cuerpo y en la gloriosa Copa de la Eucaristía.
Propiamente, la celebración delResucitado en el misterio de su nacimiento en la carne.
Un acontecimiento único e irrepetible, pero la graciadel acontecimiento es dada a cadageneración y a cada asambleaque lo celebra.
Tanto los Evangelios de la infancia del Señor como la gran oda del prólogo del IV Evangelio manifiestan la íntima relación entre Navidad y Pascua: junto a la cuna del Señor hay ángeles, también junto al sepulcro vacío del Señor.
Las fajas que envolvían al pequeño en el pesebre prefiguran los lienzos que cubrían el cuerpo del Señor en el sepulcro.
Los pastores corren hasta Belén y los apóstoles también corren hasta el sepulcro.
Unos y otros deben anunciar el Evangelio para todo el pueblo y todas las naciones. Dios se ha hecho hombre (Navidad) para que el hombre participe de la vida de Dios (Pascua).
Este es el admirable intercambio. Todo en la Liturgia de Navidad tiende a realizar sacramentalmente el nombre de Jesús (Emmanuel), Dios con nosotros.
Es por la oración, la escucha de la Palabra y el canto de los Salmos y, sobre todo, con la participación eucarística, que se realiza el misterio del nombre del Mesías: Dios con nosotros (con todos y cada uno) y para siempre.
El banquete eucarístico resplandece como el banquete de la alianza, superior al banquete de Caná.
Toda la liturgia de la Navidad se realiza bajo la mirada de la Madre de Dios.
Las seculares lecturas de la Noche de Navidad tienen como centro el anuncio angélico: “No temáis, os traigo una gran alegría (…) hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor“.
La señal es el Niño fajado y recostado en un pesebre. La narración de Lucas tiene ya como trasfondo la resurrección del Señor.
En el icono de la Navidad, el niño, envuelto en pañales, aparece en el fondo de la cueva oscura para significar el sepulcro.
Los pañales prefiguran ya el sudario del Señor en el sepulcro. En un evento como en el otro se hace presente la teofanía angélica.
El nacimiento así como la resurrección del Señor son motivo de una gran alegría. Uno y otro deben ser anunciados.
Celebramos pues esta Pascua de Navidad como se inscribe en el Cronógrafo (el texto es sublime): “La más alta, la gloria de Dios en el cielo se manifiesta en lo más bajo (en lo último, en la pobreza de su nacimiento) pero realiza para siempre la “Paz a los hombres que ama el Señor”.
La doxología mayor de la Misa empieza con las palabras que los ángeles cantaron en la primera noche de Navidad. El nacimiento del Señor es la aparición, la epifanía gloriosa “de Jesucristo, gran Dios y Salvador nuestro“(segunda lectura) y “el pueblo que caminaba en las tinieblas“(la historia de los hombres) “vio una luz grande “(primera lectura).
Los Salmos reales del “cántico nuevo” (95, 96 y 97) resuenan exultantes en las tres Misas de Navidad.
Los fieles, laeti et triomphantes, adoramos al Señor que por nosotros ha nacido en Belén de Judá, en el hodie litúrgico de “esta santa y bienaventurada noche“, como reza la oración colecta.
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2019, Liturgia fovenda, p. 54ss.)