2019 – DOMINGO I DE ADVIENTO
Domingo del advenimiento del Hijo del hombre
En la primera lectura, Isaías contempla, a modo de procesión, los pueblos ascendiendo al monte Sión: “Hacia él confluirán todas las naciones“.
Los pueblos suben a la luz de la fe, en medio de las tinieblas de este mundo: allí cesarán las guerras intrahumanas y allí sucederá la paz para siempre.
El Papa Francisco ha predicado: “Qué día más bello cuando las armas se conviertan en instrumentos de trabajo” “De las espadas forjarán arados“.
Todo ello forma parte de la heitomasía: todo lo que Dios tiene preparado para los que le aman.
Jesús, en el discurso de los últimos tiempos, nos exhorta a velar; no a la manera de un velar como si no hubiera de venir nunca, sino con una vigilancia activa: “estad en vela“. El Señor viene siempre verticalment, ha venido, ha pasado y volverá, sin preámbulos (como la muerte).
Pero el Señor no viene como un ladrón para tomar nada: viene para dárnoslo todo, los tesoros de su Reino.
El apóstol Pablo sitúa la vida cristina en la dimensión de lo que es penúltimo, no último.
Ya que el Señor viene, debemos comportarnos “como en pleno día, con dignidad“, despojándonos “de las obras propias de las tinieblas“, revistiéndonos con el vestido de Cristo, el traje nuevo y blanco que recibimos en el Bautismo.
En la peregrinación cristiana sentimos la alegría, compartida por los hermanos y hermanas en la fe, de que todos hemos sido invitados a ir a la casa del Señor, y así lo cantamos en el Salmo responsorial de hoy.
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2020, Liturgia fovenda, p. 33)