2019 – Domingo III de Adviento
El anuncio de las obres del Mesías
En la tradición se llama a este Domingo “Gaudete” o Domingo de la alegría por el célebre “incipit” de la antífona de introducción.
Es costumbre hoy emplear los ornamentos rosáceos que anticipan la alegría de la Navidad y la Epifanía.
Hay que poner signos de fiesta para indicar que se anticipa la alegría de la Navidad y predicar -desde la Palabra proclamada- la alegría cristiana, hija de la fe y de la esperanza: aquella que sólo puede proceder de la Presencia de Cristo entre nosotros.
Una alegría escatológica, que participa ya del gozo puro e inmenso del Reino de Dios.
La lectura de Isaías es de una gran belleza espiritual.
El desierto es el mundo sin Dios, pero cuando Él pasa se llena de fiesta.
También el hombre sin Dios es “ciego, sordo, mudo y cojo“.
Los rescatados por el Señor, los redimidos por Cristo, exultan de júbilo.
Juan, el Precursor, recibe en la oscuridad de la prisión la buena nueva de Jesús.
Esta buena nueva ilumina la oscuridad del cautiverio, pero mucho más aún, la oscuridad de su corazón.
Por Cristo, los ciegos encuentran la luz de la fe, los inválidos andan, el amor hace caminar, los leprosos quedan limpios, como a imagen de los pecadores perdonados, los sordos escuchan la Pala- bra de Dios y los muertos reciben la vida nueva en Cristo.
También los desvalidos oyen la bienaventuranza de los pobres y toman posesión del Reino.
Serán también felices los que no se escandalizan de la persona ni de la predicación de Jesús.
Santiago, en la segunda lectura, nos recuerda que debemos esperar la gracia que viene del cielo como el labrador espera la lluvia: pacientemente.
Allí donde llega la gracia todo germina, crece y da fruto.
Saber que el juez está a las puertas no nos da derecho a abrirlas bruscamente. Hay que tener paciencia, afianzando nuestros corazones.
La espera de la venida del Señor es gozosa, nunca ociosa.