2019 – DOMINGO IV DE ADVIENTO
La anunciación a José
El cuarto Domingo de Adviento es casi una fiesta mariana.
José es marginal en el relato: sólo da el nombre, para que Jesús sea el hijo de David.
Sin embargo, él toma en la casa de su corazón a la Virgen y al Hijo que ella esperaba por obra del Espíritu Santo.
Él recibe la revelación mientras duerme: justamente cuando el hombre duerme está indefenso y desarmado y el sueño (como la muerte) es el lugar de Dios y de su revelación.
No correspondía a María divulgar su estado, era cosa de Dios: sólo a Él corresponde hacerlo saber.
Ella permanece en silencio con la vida de Dios dentro de su seno, pero el punctum saliens del Evangelio no es eso, sino el nombre del Mesías: Emmanuel.
En Navidad, Dios adquiere un nuevo nombre “Dios-con-nosotros” esto es: Dios desde Navidad ya no puede reencontrar su propia gloria sin nosotros.
El evento cumple la profecía de Isaías que ningún exegeta hasta entonces había podido interpretar: sólo Cristo lo interpreta.
El Salmo 23, con su respuesta: “Va a entrar el Señor; Él es el Rey de la gloria“, forma parte del salterio mariano.
María es la puerta por la que el Mesías ha de entrar en este mundo.
El texto de la carta a los Romanos, importantísimo, forma parte del kerigma: el Evangelio se refiere a Cristo, en sentido literal.
El Evangelio es Cristo mismo, “nacido de la estirpe de David según la carne, constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santidad por la resurrección de entre los muertos“, desde su concepción.
He aquí que la primera comunidad pasa pronto del Cristo “que predica” al Cristo “predicado”: Él es el Evangelio de Dios.