2019-DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO
El apóstol Pablo enseña el camino incomparablemente mejor: es el de la caridad, la única que entra en el seno de Dios.
El himno a la caridad es un canto al amor de Dios, ya que Dios es amor.
Este amor ha sido manifestado en Cristo y encarnado en Él.
Jesús en el Evangelio continúa su homilía en la sinagoga de Nazaret, Él es el “médico y el profeta” que Dios envía al mundo.
Sus coetáneos no le pueden comprender, ellos saben su origen humano: “¿No es éste el hijo de José?” Y desconocen el origen divino del Mesías.
Su misión está en continuidad con los grandes profetas de Israel (Elías y Eliseo), también su destino.
Él busca la fe que el pueblo elegido no quiere ofrecer a su Dios y se convertirá en un don ofrecido a los paganos, como la viuda de Sarepta de Sidón o Naamán de Siria.
El rechazo de Israel, los de su casa, se concreta con su expulsión de la sinagoga y del pueblo, y con la voluntad de despeñarlo por el precipicio.
El misterioso verso: “Se abrió paso entre ellos y seguía su camino” manifiesta la gloria del Mesías.
Él debe continuar el camino como ungido del Padre hasta la cruz.
En relación a los habitantes de Nazaret hay que meditar cómo, aún ahora, fieles y no fieles, tienen la tentación de quitarse de delante a Dios para librarse de su incómoda e irritante profecía.
La oración del Salmo es cristológica, con el Señor Jesús debemos decir: “Mi boca cantará tu salvación, Señor“.
La fuerza del Ungido del Señor es el Padre.