2019 – DOMINGO VI DE PASCUA
Domingo de la paz que el Señor nos da.
El Señor nos regala su paz.
Si el Señor nos ha regalado su paz es nuestra para siempre, nada ni nadie nos la puede tomar. Nos pertenece.
La paz que proviene de Él de una manera única y verdadera. La del mundo, a menudo, es un armisticio precario o una guerra fría.
El que por amor hace caso de sus palabras es estimado por el Padre y el Espíritu (el Defensor y Consolador viene a él).
Dentro suyo será “memoria del Señor” y “maestro interior”.
He aquí que toda la Trinidad habita en el corazón del creyente.
Es la doctrina luminosa de la inhabitatio Trinitatis en el justo.
Si Jesús no hubiera ido hacia el Padre no tendríamos estos dones, por ello, debemos alegrarnos de que vaya hacia el Padre.
Esta paz se manifiesta en la nueva Jerusalén, donde los dos testamentos han sido superados, ya que los fundamentos llevan el nombre de las doce tribus de Israel.
Del mismo modo como las puertas llevan el nombre de los doce apóstoles. Todos están delante del trono del Cordero.
En el fragmento de los Hechos se confirma que la paz dentro de la Iglesia se construye en el diálogo fraterno, pero también exige renuncias.
Nunca una parte tendrá toda la razón y la otra no tendrá ningúna. Hay que valorar las posiciones de la parte contraria y no absolutizar las propias.
Hay ciertos problemas en la Iglesia que sólo se resuelven en la oración y en la obediencia y, si no es posible la unidad de las opiniones, siempre ha sido posible la unidad en el amor.
No hay que olvidar que las palabras de Jesús inspiran la oración por la paz de la Iglesia, previa al ósculo de la paz, que nos prepara para recibir la sagrada Comunión.