2019 – Tiempo Ordinario
Los Domingos del Tiempo Ordinario deberían ser motivo para profundizar en la Liturgia de la Iglesia.
La comunidad eclesial debe saber realmente lo que hace cuando celebra los Santos Misterios.
Sabe en primer lugar que se reúne en obediencia a la Palabra del Señor y que cada Eucaristía es una manifestación del Señor de la gloria, y humildemente acoge su presencia.
Presidida por el que el ministerio del Orden se ha identificado con Cristo, de tal manera que puede saludar a la asamblea como el Señor Resucitado; y después, como la Sinagoga de Nazaret, todos los ojos están puestos en el Señor que proclama la Palabra.
Abrimos el Libro de la Vida y escuchamos las Palabras del Señor.
Las escuchamos como palabras referidas a nosotros, como relatos abiertos que nos incluyen.
El cristiano conoce, ama y vive tanto la Palabra del Señor que él mismo debe formar parte del paisaje y del paraje del Evangelio.
Raniero Cantalamessa escribe: “Entre la biblia en sí y la biblia proclamada y acogida durante la celebración eucarística se da la misma diferencia que entre una página de música escrita y una página de música ejecutada» (cf. Parola e vita, II, Roma 1996, pág. 336).
San Gregorio enseña: “la Palabra de Dios es glorificada cuando es predicada y orada, y sobre todo cuando es vívida y germina en el corazón“.
El don inestimable de la Palabra divina, las riquezas inagotables que anida, la necesidad que tiene el hombre de percibirla como luz en su camino y alimento de su vida espiritual, la dificultad de su inteligencia limitada ante la sabiduría infinita que habla en estas páginas, hacen necesario el esfuerzo sincero y el afán generoso en el estudio y en la meditación de las mismas.
La experiencia del predicador es gratificante si su predicación no busca el protagonismo, si realmente adquiere el tono del buen pastor que enseña pacientemente los Misterios del Reino, consciente de la limitación de su palabra y del don de Dios que es el único que puede hacer germinar la Palabra que predica.
Es una comunidad simplemente orante y gozosa de abrir el Libro de la Escritura.
El Espíritu sopla siempre cuando se proclama la Escritura, y es quien permite que las palabras de la predicación sean vivas.
También por el Espíritu los significados de la Escritura adquieren un relieve infinito, siempre nuevo, como un relieve vastísimo de montañas, hacia un horizonte abierto.
¡Esto indica hasta qué punto los lectores han de ejercer el ministerio con unción y preparación!
¡Hasta qué punto la predicación debe ser preparada y debe nacer de la oración ardiente y de la contemplación de la Palabra!
La Liturgia de la Palabra debe ser realizada con el máximo respeto.
Durante esta Liturgia nada debe distraer.
Sólo hay el canto gozoso del Salmo y la atención pura.
Durante la celebración de la Palabra debemos permanecer a los pies de Jesús, escuchándolo como María, y sabiendo que las palabras que recibimos son nuestra vida y para la Vida.
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2019, Liturgia fovenda, p. 216).