2020 – DOMINGO DESPUÉS DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
Lauda Salvatorem.
La nueva Sión, Jerusalén espiritual, donde se reúnen los hijos e hijas de Dios de todos los pueblos, lenguas y culturas, alaba al Salvador con himnos y cantos.
En efecto, son inagotables el estupor y la gratitud por el don de la Eucaristía.
Este don supera toda alabanza: “jamás podrás alabarle lo bastante” (Secuencia de Corpus).
La bellísima antífona del Magnificat de las II Vísperas expresa admirablemente el misterio eucarístico: “O sacrum convivium in quo Christus sumitur: recolitur memoria passionis eius; mens impletur gratia: et futurae gloriae nobis pignus datur.
Cada vez que nos reunimos para celebrar la Eucaristía: “Proclamamos la muerte del Señor hasta que vuelva” “donec venias.
El fruto precioso es la unidad del cuerpo místico: la Eucaristía hace la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía.
Ciertamente, sin el Bautismo y la Eucaristía, la Iglesia no sería.
Sión y Jerusalén, la Iglesia, ha de cantar alabanzas al Señor porque ha enviado su Palabra y sacia el pueblo “con la flor de harina”. Así lo cantamos en el célebre Salmo de hoy.
Es lo mismo que Moisés dice al pueblo en el discurso del Deuteronomio.
El Señor no ha abandonado el pueblo a su suerte durante su peregrinación en el desierto, camino de la tierra prometida.
Ciertamente que le ha probado que aprenda que “no solo de pan vive el hombre, sino que vive de todo cuanto sale de la boca de Dios” (Mt 4,4b).
Más aún, lo ha alimentado con el “manà” del cielo.
Con todo, el maná no era “verdadera comida” ya que Aquel que ha enviado el Padre, éste sí es “el pan que ha bajado del cielo”.
Él nutre y sostiene el camino del nuevo Israel hacia el Reino con la Eucaristía que le ha dado.
La Iglesia, a diferencia de los judíos, no murmura cuando celebra y recibe la Eucaristía.
Ellos no sabían ni podían saber todo lo que ha hecho Jesús para darnos la Eucaristía.
Nosotros sí lo sabemos y no podemos hacer la pregunta: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?”.
Nosotros sabemos que para hacerlo ha entregado su vida.
La Eucaristía es la actualización sacramental de la ofrenda de Cristo en la Cruz: de su vida, cuerpo, y de su muerte, sangre, entregadas por nosotros, “pro nobis”.
Quien recibe la Eucaristía, ¡oh cosa maravillosa! realiza la más íntima comunión posible con Jesús en este mundo, “habita en mí y yo en Él”: y vive gracias a Él, su amor nos hace vivir, y por Él, dándole la vida.
Por encima de todo, quien recibe la Eucaristía “tiene vida eterna” y Cristo lo resucitará el último día de su vida.
Si esto no fuera suficiente, San Pablo proclama que la Eucaristía forma el cuerpo de Cristo, la Iglesia, “pues todos comemos del mismo pan”.
Conviene que la procesión con el Santísimo Sacramento se celebre a continuación de la Misa, en la que se consagre la hostia que se ha de trasladar en la procesión. Sin embargo, nada impide que la procesión se haga después de la adoración pública y prolongada que siga a la Misa. Si la procesión se hace inmediatamente después de la Misa, concluida la comunión de los fieles se coloca sobre el altar la custodia en la cual se pone la Hostia consagrada.
Dicha la oración después de la comunión y omitidos los ritos conclusivos, se organiza la procesión (Misal, pág. 421).
De la mistagogia los Padres
“Es ciertamente admirable el hecho de que Dios hiciera llover maná para nuestros padres y los alimentara cada día con aquella comida celestial…
Considera pues, ahora, ¿qué es más excelente, si aquel pan de ángeles o la carne de Cristo, que es el cuerpo de la vida?
Aquel maná caía del cielo, éste está por encima del cielo; aquel se corrompía si se guardaba para el día siguiente, éste no sólo es ajeno a la corrupción, sino que comunica la incorrupción a todos los que lo comen con reverencia…
¡Si te admira lo que no era más que una sombra, mucho más debe admirarte la realidad!
Date cuenta: los dones que tú posees son mucho más excelentes, porque la luz es más que la sombra, la realidad más que la figura, el Cuerpo del Creador más que el maná del cielo.
San Ambrosio: Sobre los Misterios 43, 47-49.
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2020, Liturgia fovenda, p.265)