2020 – DOMINGO I DE CUARESMA
Domingo de las tentaciones del Señor.
El leccionario dominical durante el tiempo de Cuaresma en el ciclo A es paradigmático.
Refleja la más antigua tradición litúrgica y manifiesta claramente como éste es un “tiempo fuerte”, de intensa preparación tanto para los fieles como para los catecúmenos.
Unos y otros recibirán la iluminación pascual.
Las primeras lecturas evocan las alianzas divinas.
Las segundas lecturas son fragmentos de la carta a los Romanos (excepto el domingo de la carta de Santiago): son textos escogidos, relevantes y que ilustran ya sea la primera lectura o el Evangelio.
La importancia del ciclo A se hace patente por su obligatoriedad cuando hay catecúmenos que preparan el Bautismo y en el hecho de que puede emplearse siempre.
Los otros dos ciclos (B y C) son, por decirlo así, opcionales.
En este primer Domingo cuaresmal escuchamos en la primera lectura el “relato de los orígenes”.
El pecado de Adán está en el origen de la redención cristiana.
El pecado original permanece, pero al margen de lo incomprensible: urge excluir todo el revestimiento mitológico y entender que –desde el principio- la persona humana hace un mal uso de su libertad.
Una libertad creada: Dios no fosiliza al hombre ni a la mujer en el bien, pues entonces no serían libres.
Dios sabía que la persona caería y cae aún en la tentación de “ser como Dios”.
El ser humano, cuando sucumbe a las sugestiones del Maligno, pierde el gusto y el conocimiento para hacer el bien.
Se da cuenta de su desnudez cuando ha pecado, y queda excluido del paraíso de Dios.
Jesús es el nuevo Adán que en el desierto vence la tentación en nombre de la humanidad, por la que se ha encarnado.
Ninguna tentación ha sido más auténtica, más grave ni más decisiva para el destino del mundo que la suya.
En este sentido, las tentaciones de Jesús no son únicamente “ejemplares”, sino principalmente son una acción salvífica: ¿Qué habría sido de la humanidad si Jesús hubiese sucumbido a la tentación?
El cristiano, durante la Cuaresma, entra en el desierto.
Allí, a veces, “al fin siente hambre“, del hambre del Dios vivo y cansado de su silencio y en Cristo, nunca sin Cristo, supera la fascinación y el engaño, frutos de la concupiscencia del tener y del poder, de tentar a Dios.
San Pablo, en la carta a los Romanos, ilumina una y otra lectura con la doctrina de Jesús como “nuevo Adán”.
No hay comparación entre el viejo Adán y el nuevo Adán: sólo la obediencia del Hijo de Dios perdona la desobediencia de todos.
En el Salmo se escucha la voz de la Iglesia que, en el “Miserere“, suplica el perdón.
En Pascua, el Señor escuchará su oración y le devolverá el don de la salvación.
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2020, Liturgia fovenda, p. 143s)