2020 – DOMINGO IV DE CUARESMA
Domingo del ciego de nacimiento
El Domingo del ciego de nacimiento también se denomina Dominica laetare por razón de la antífona gregoriana del introito de la Misa, extraída del libro de Isaías (Is 66,10).
Esta célebre y bellísima antífona de introducción nos hace elevar el corazón hacia la Jerusalén del cielo: anuncia el consuelo, la alegría que reencuentra la Esposa amada cuando, después de la tristeza y del abandono -experimentados por razón del pecado-, las recupera.
La basílica de la Santa Cruz en Roma, donde antiguamente se celebraba hoy la liturgia estacional, era imagen de la Iglesia que peregrina hacia la Jerusalén eterna, su morada definitiva (antífona de comunión).
Hoy el Papa hacía una ofrenda floral (una rosa roja a la Santa Cruz), que simbolizaba el jardín ameno y aromático del Paraíso.
El color de la rosa probablemente es el origen del color rosado de la liturgia de hoy.
A la mitad de la Cuaresma, es una anticipación de la alegría de la Pascua.
La oración colecta reza: “Haz que el pueblo cristiano se apresure, con fe gozosa y entrega diligente, a celebrar las próximas fiestas pascuales“.
El Evangelio es la catequesis sobre Cristo, luz del mundo.
Es el sexto signo del IV Evangelio (que contiene siete, a los que hay que añadir el signo más grande, el octavo, que es la Resurrección del Señor).
El ciego representa la humanidad pecadora que reencuentra en Cristo la luz de la vida.
La luz divina es propiamente Dios mismo.
El Bautismo es llamado en la literatura antigua “iluminación“.
El relato es una larga historia, narrada a modo de drama: quien cree, debe su visión (su fe) a Cristo.
Llega por pura gracia a la luz.
Pero quien cree que ve y se considera un buen creyente sin deber nada a la gracia, éste es ciego y lo será siempre.
La conclusión del Evangelio es ésta: “Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís “vemos”, vuestro pecado permanece“.
El itinerario de la fe del ciego de nacimiento expresa y marca la gradualidad del camino de la fe: ha pasado de las tinieblas de la desesperanza a la luz más pura de la fe; y todo, en virtud de una gracia que ni él ha pedido.
El ciego, con la luz de la fe iluminando sus ojos, confiesa la fe: “Creo, Señor. Y se prostró ante Él“.
Le adoró como un auténtico creyente.
La noche de Pascua escucharemos el cuasi tropario pascual que san Pablo menciona en la segunda lectura: “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará“.
El Salmo 22 es el Salmo de la Iniciación cristiana pues en él resplandecen el misterio del Bautismo “me conduce hacia fuentes tranquilas“, de la Crismación “me unges la cabeza con perfume” y de la Eucaristía “preparas una mesa ante mí “.
En la primera lectura se evoca la alianza davídica.