2020 – DOMINGO IV DE PASCUA
Domingo del Buen Pastor. En el Evangelio se proclama la primera parte del discurso del Buen Pastor, en el que el pastor de las ovejas se autodefine como “la puerta” “Yo soy la puerta de las ovejas“.
Él, a diferencia de los demás, es el Pastor verdadero de las ovejas: las conoce, las “llama por su nombre y las saca fuera“.
Los otros que habían venido antes que él eran “ladrones y bandidos” que venían “para robar y matar y hacer estragos“.
Es importante el verbo “hacer salir“, es el verbo del Éxodo.
La puerta que Jesús abre, Él mismo, no es para llevar el rebaño a la muerte sino a la vida.
Las ovejas que “reconocen su voz” le siguen y Él camina delante de ellas.
La imagen del Señor que va por delante de su rebaño es preciosa.
Jesús, “pastor y Puerta“.
La insistencia de Jesús en el “Yo soy“ contrasta con el mundo post-cristiano, que promueve la teoría de que existen muchos caminos y muchas verdades.
Pero la verdad de Dios es indivisible y se manifiesta precisamente como amor absoluto: el Buen Pastor da la vida por las ovejas, no hay ninguna otra verdad superior ni comparable a esta.
En la segunda lectura se une la palabra “cruz” con la de “pastor“.
En Jesús se unen para siempre.
Él soportó con amor las injurias en la cruz, sin rebelarse contra el pecado del mundo: confió su causa “al que juzga con justícia“.
De este modo ha curado nuestras heridas y nos ha hecho justos y nosotros, que íbamos errantes, hemos encontrado en Él “el pastor y el guardián de nuestras vides“.
Fijémonos que son las mismas palabras del Evangelio.
En la primera lectura, la predicación apostólica del kerigma el día de Pentecostés.
En el Salmo responsorial, la respuesta de la asamblea a Cristo: “El Señor es mi pastor, nada me falta“.
Si no le falta nada es que lo tiene todo en Aquel que ha venido para dar su vida: una vida “en abundància“