2020 – OCTAVA DE PASCUA: DOMINGO II DE PASCUA
Jesús se manifiesta de manera gloriosa “ocho días después” y trae de su regreso de la Cruz, de la muerte y de los infiernos, la paz.
También entrega a los discípulos (exhalando sobre ellos) el Espíritu Santo y los capacita para el perdón de los pecados.
La comunidad apostólica será siempre pneumatófora (portadora del Pneuma divino), por ello podrá perdonar los pecados.
La duda de Tomás, su falta de fe es motivo para que el Señor proclame la última bienaventuranza, la más nuestra, la de quienes sin ver, hemos creído en él: “Bienaventurados los que crean sin haber visto“.
También la profesión de fe de Tomás en la divinidad de Jesús es uno de los puntos culminantes del IV Evangelio: Jesús, Crucificado y Resucitado, es Dios “¡Señor mío y Dios mío!“.
Tomás, por su falta de fe se había alejado de la comunidad: aquello que mantiene la comunidad de fe es la Eucaristía celebrada cada ocho días.
Como canta el Salmo: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericòrdia“.
Este Domingo se conocía en los libros litúrgicos antiguos como Dominica in albis, ya que los neófitos se desvestían de la túnica blanca, la que se les había impuesto en la noche de Pascua, como signo de que habían sido revestidos de Cristo en el Bautismo.
La oración colecta es de las más bellas del Misal; se pide que todos comprendan mejor “qué bautismo nos ha purificado, qué Espíritu nos ha hecho renacer y qué sangre nos ha redimida“.
Se mencionan así los tres sacramentos de la Iniciación cristiana.
La antífona de entrada obedece a esta misma liturgia bautismal: “Como niños recién nacidos“.
CONTINUACIÓN DE LA CINCUENTENA PASCUAL
Pasada la octava de Pascua continúa el gran Domingo de la Cincuentena Pascual, que conviene que se diferencie de todos los otros ciclos por su carácter extraordinario y por el conjunto de sus signos festivos.
Los cincuenta días se celebrarán y se han de vivir (también en cuanto a los signos litúrgicos) como un solo Domingo prolongado.
Este gran Domingo constituye como una invitación a intensificar la vivencia de la originalidad radical del cristianismo como Evangelio o buena noticia festiva de la Resurrección que esperamos y pregustamos anticipadamente en estos días.
Para significar la novedad de la vida cristiana, durante estos días, en la Misa, se suprimen las lecturas del Antiguo Testamento, que son sólo figura y profecía de lo que Cristo, con su Resurrección, ya ha realizado.
Los cincuenta días de Pascua constituyen, pues, una única fiesta que celebra la presencia del Espíritu que resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros; la última semana -entre la Ascensión y Pentecostés- se distingue un poco e intensifica las alusiones al Espíritu Santo, pero está muy lejos de constituir un ciclo diverso (un tiempo de la Ascensión como se llamaba antes); la presencia del Espíritu Santo es propia de toda la Cincuentena, no sólo de sus últimas ferias.