SAN IGNACIO DE LOYOLA, presbítero – 31 de julio
El día de la Anunciación del Señor de 1522, mientras en el monasterio de Montserrat cantaban la “Misa matinal“, el caballero y soldado Ignacio de Loyola, que había velado toda la noche, depuso sus armas.
Cuando salió de la basílica, canjeó sus vestidos nobles por los de un pobre.
Los monjes del monasterio declararon en el proceso de beatificación que “aquel peregrino era un loco por Cristo“.
Era fruto de su conversión intensísima, después de haber sido herido en el sitio de Pamplona.
En Azpeitia, en su casa natal, había reencontrado la gracia de la fe.
Recuperado, residió en Manresa, donde recibió el don del rapto en el Espíritu y la “eximia ilustración del Cardoner” (Auto-biografía).
En aquellos meses de eremitismo, oración y ascesis, casi un año, anotó cuidadosamente su experiencia espiritual: de estas notas y de aquel “tiempo y lugar fundantes” surgió más tarde el libro de los “Ejercicios Espirituales“.
Emprende el camino en solitario, Barcelona, Salamanca, Alcalá de Henares, París, Jerusalén, Roma, pero en la escuela del discernimiento, irá reuniendo compañeros que se convertirán en la Compañía de Jesús.
Al final de su vida le pidieron que escribiera su vida.
Más que una autobiografía es la narración de cómo Dios le llamó y lo hizo suyo para siempre, conduciéndolo por caminos que nunca hubiera imaginado.
Murió en Roma tal día como hoy de 1556.
La pràctica de los “Ejercicos Espirituales” de San Ignacio ha sido y es un instrumento valiosísimo de discernimiento para un autentico seguimiento de Jesús.
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2020, Liturgia fovenda, p.306)