2020 – SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
La solemnidad del Corazón de Jesús es una celebración y una contemplación de la infinita caridad de Cristo, Sacerdote y Víctima.
Su corazón es santuario de gracia y de perdón.
Se podría pensar que las solemnidades que vienen después de Pentecostés son simplemente devotas y representan un declive, pero esto sería no reconocer la contemplación litúrgica de la Iglesia que celebra la sobreabundancia del Amor de Dios Trinidad, que se da en Cristo y por el Espíritu Santo.
El Padre nos da el Hijo en la Eucaristía, “Corpus” y en su Cora- zón traspasado, “Sagrado Corazón“, por el que tenemos acceso al corazón del Padre, siempre en virtud del Don de Pentecostés.
Son solemnidades del Señor que celebran lo que conmemoramos cada Domingo y en cada Eucaristía: su Pascua.
El Evangelio, que se llama “himno de exultación de Jesús“, nos da a conocer que el Padre, “nadie conoce al Hijo más que el Padre“, no le ha escondido nada: ni a Él, ni a aquellos a quienes “el Hijo se lo quiera revelar“.
Estos son los “sencillos” y humildes de corazón que se abren a la fe y a la confianza en su predicación, a diferencia de los “sabios” y los “entendidos” que creen saberlo todo.
O peor aún, que creen que lo saben mejor y más que nadie.
Sólo los humildes pueden comprender a Aquel que es “manso y humilde de corazón” y convertirse así en sus discípulos.
Encontrarán el reposo que tanto necesitan aceptando su “yugo“: el del amor crucificado.
Un yugo que sólo el Amor hace “llevadero“.
En la segunda lectura, de la primera carta de san Juan, escuchamos las palabras más sublimes del Nuevo Testamento sobre Dios y la definición: “Dios es amor“.
Un Amor que ha sido el primero de amarnos, un amor gratuito, un amor contemplado en el Corazón de Jesús “como víctima de propiciación por nuestros pecados“.
Quien ama a Dios en el amor del Espíritu Santo conoce y contempla a Dios en esta vida.
El Antiguo Testamento, con el discurso de Moisés en el libro del Deuteronomio, anuncia con palabras delicadas el amor y la predilección de Dios para con su pueblo.
El Salmo 102, que se inicia con el exultar del “Bendice, alma mía, al Señor“, es el que canta más excelentemente en todo el salterio el amor del Señor por sus fieles.
Un amor que “dura siempre“.
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2020, Liturgia fovenda, p.268s)