2025 – Creer en la vida eterna
octubre 7, 2025
Artículo publicado en “EL DEBATE”
«La Providencia me ha elegido»: Francisco de Paula, el joven mártir de la Guerra Civil cuyas cartas conmovieron a Pío XI
Antes de enfrentar la muerte a los 22 años, escribió a su novia: «A Dios le ofrezco el amor que siento por ti: intenso, puro y sincero. Tu desgracia me hace daño, pero no la mía. Puedes estar orgullosa»
María Rabell García Corresponsal en Roma y El Vaticano
06 oct. 2025
Era un joven de 22 años, con una mirada limpia y un porte que imponía respeto incluso antes de hablar. Francisco de Paula Castelló (1914-1936), licenciado en Químicas, combinaba esa fuerza de juventud con una madurez espiritual poco común, consciente de estar llamado a algo más grande que él mismo. Su vida, breve pero intensa, quedó marcada por la fe que lo acompañó hasta sus últimas palabras antes de ser fusilado: «¡Viva Cristo Rey!».
Huérfano de padre desde muy niño y de madre a los 16 años, Francisco de Paula Castelló quedó al cuidado de sus dos hermanas. Frente a la adversidad, no se doblegó: superó el bachillerato con sobresaliente a los 17 años. Durante las vacaciones de ese año, se entregó a los ejercicios espirituales de San Ignacio, dejando constancia de su experiencia: «No he perdido ni una sola palabra; han sido unos días de gran alegría espiritual y doy gracias a Jesús por el consuelo concedido y por la saludable conversión que ha producido en mi alma».
Bajo la guía del padre director de los ejercicios, se volcó en propagarlos, convencido de que su fuerza podía renovar la sociedad. Más tarde, se inscribió en Lérida, su ciudad natal, en la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña y, con apenas 20 años, alcanzó el título de licenciado en Químicas en febrero de 1934.
«Estoy dispuesto a morir por mi fe»
En mayo de 1936, se comprometió sentimentalmente con María Pelegrí, una joven piadosa como él. De hecho, llegó a escribir: «Nunca sobre la castidad tuvimos que confesarnos ninguno de los dos». Fueron solo dos meses de noviazgo antes de que se desatara el horror en España: la Guerra Civil. Arrestado en julio y acusado de fascista, Francisco fue encerrado en una antigua capilla y sometido a palizas y condiciones infrahumanas.
Aun así, conservó el buen humor, redactando incluso una pequeña revista humorística para amenizar la vida de sus compañeros de prisión, además de compartir con ellos reflexiones sobre el sentido de la vida cristiana.
Aun bajo presión de familiares y militantes políticos, se negó a renunciar: «Estoy dispuesto a morir por mi fe». Lo que más le preocupaba era el sufrimiento de su familia, especialmente de las tías con las que había quedado tras la muerte de sus padres. Sin embargo, siempre les escribía para tranquilizarlas: «No os preocupéis por mí; no me falta de nada, estoy muy bien».
Durante su juicio, respondió con claridad ante los cargos: «Yo no soy fascista y nunca he militado en un partido político. En mi casa y en el despacho de la fábrica no habéis podido encontrar otra cosa más que libros de estudio: como soy químico estudiaba italiano y alemán, que son útiles en química; no tenía otra ambición que perfeccionarme en mi profesión». Y cuando se le preguntó si era católico, contestó sereno: «Sí, claro que soy católico».
Su firmeza produjo impacto en la sala: algunos gritaron «¡Inocente! ¡Libertad!» y él replicó: «Si ser católico es un delito, acepto con mucho gusto ser delincuente, porque la mayor felicidad que pueda alcanzar alguien en esta vida es morir por Cristo; y si tuviera mil vidas, las entregaría todas por Él sin dudarlo un instante. Muchas gracias por la oportunidad que me dais de asegurar mi salvación».
Creer en la vida eterna
Esas fueron sus últimas palabras públicas en el juicio. Lo trasladaron a un sótano lúgubre y, al entrar y ver a los que allí se encontraban, lo primero que les dijo fue: «Ánimo, hermanos; no dejemos de hacer lo que tenemos que hacer, que es prepararnos para bien morir y encomendar nuestras almas a Dios».
La noche antes de su ejecución, Francisco escribió a sus hermanas y a su tía: «Acaban de anunciarme mi condena a muerte y nunca me he sentido tan dichoso como ahora. Estoy seguro de que esta noche estaré en el cielo con mis padres. La Providencia Divina ha querido elegirme como víctima de los errores y pecados que hemos cometido; me dirijo gustoso a la muerte; nunca como ahora tendré tantas posibilidades de asegurarme la salvación. A Dios ofrezco los sufrimientos de este momento».
Para su querida María tampoco le faltaron palabras: «Querida Mariona: nuestras vidas estaban unidas y Dios ha querido separarlas. A él le ofrezco con toda la sinceridad de la que soy capaz el amor que siento por ti: amor intenso, puro y sincero. Tu desgracia me hace daño, pero no la mía. Puedes estar orgullosa».