2019 – DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO
Domingo de los signos del tiempo.
Delante del templo y de su magnificencia, Jesús anuncia su estrucción.
Entonces es preguntado sobre el cuándo y el cómo: sobre los signos de “lo último“.
Los textos escatológicos son ya propios del final del Año litúrgico y se refieren a la parusía del Señor, la perícopa evangélica de hoy continúa el primer Domingo de Adviento.
Jesús resucitado no llena únicamente el presente, sino también el futuro absoluto.
La profecía de Malaquías cierra el Antiguo Testamento: después del juicio y de la noche aparecerá el sol que viene del oriente, es el día del Mesías.
Él vendrá en la gloria de su Reino.
El Señor no ha querido revelarnos el final de la historia de su salvación.
Sólo anuncia a la generación que vio la destrucción del templo, y a todas las generaciones cristianas, que conocerán crisis: mundos que cambian, los horrores de la guerra, las persecuciones y la humillación de sus discípulos…
No se refiere a un tiempo concreto, sino al marco existencial en el que viven los discípulos del Señor.
Tanto la profecía como el Evangelio nos exhortan a la perseverancia, al “aguante”, una buena traducción de la palabra griega hypomonˉe en Lc 21,1, ante la venida del Día del Señor.
San Agustín, comentando el Salmo de hoy, predicaba: “El vendrá, lo queramos o no; el hecho de que no venga ahora no significa que no haya de venir más tarde. Vendrá, y no sabemos cuándo; pero, si nos halla preparados, en nada nos perjudica esta ignorancia“.
Mientras estén en el mundo presente, los cristianos deberán perseverar en la fe y deberán dar testimonio de la fe, un testimonio que será válido únicamente por la presencia interior del Espíritu Santo.
Sólo perseverando en la fe se salva la vida: “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas“.
Tampoco deben tener miedo.
Los discípulos quedan alertados para no confundir a los que se presentan como salvadores (mesías) del mundo: “muchos vendrán usurpando mi nombre“.
El Papa Benedicto XVI predicaba: “La Iglesia, desde el inicio, recordando esta recomendación, vive en espera orante del regresso de su Señor, escrutando los signos de los tiempos y poniendo en guardia a los fieles contra los mesianismos recurrentes, que de vez en cuando anuncian como inmi- nente el fin del mundo. En realidad, la historia debe seguir su curso, que implica también dramas humanos y calamidades naturales. En ella se desarrolla un designio de salvación, que Cristo ya cumplió en su encarnación, muerte y resurrección. La Iglesia sigue anunciando y actuando este misterio con la predicación, la celebración de los sacramentos y el testimonio de la caridad” (Ángelus, 18-11-2007).
Al final del año litúrgico se debe incidir en la teología de la historia y recuperar la tensión escatológica de la vida cristiana. Sin olvidar que lo último ya está en este presente y nos es entregado en cada Eucaristía.
El templo destruido, será sustituido por el Cuerpo glorioso del Señor.
San Pablo exhorta a trabajar.
Indudablemente el cristiano tiene mucho que hacer y poco tiempo para hacerlo.
Como lo hizo Jesús, como lo hizo Pablo “de noche y de día“.
Esta exigencia de compromiso en el mundo y en la Iglesia se hace más apremiante cuando hoy, por feliz iniciativa del Papa Francisco se celebra la Jornada mundial de los Pobres“.