2020 – DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO
Domingo del himno del gozo.
Jesús alaba al Padre por la fe de los humildes y sencillos de corazón que escuchan su Palabra y la acogen.
En la medida en que nosotros somos los sencillos de corazón, somos motivo de la alegría de Jesús y objeto de su acción de gracias.
El Señor alaba al Padre del cielo por nosotros, que nos hemos convertido en discípulos suyos y hemos aceptado el yugo y la carga ligera del amor.
Nosotros, que hemos encontrado en Él, que es manso y humilde de corazón, el descanso que deseábamos.
La fe de los humildes de corazón es objeto de la complacencia del Padre y de la alegría de Jesús.
Los “sabios y los entendidos” no pueden comprender la predicación del Reino porque piensan que no necesitan a Jesús y que les basta consigo mismos.
El camino del seguimiento de Jesús siempre comienza por la humildad.
Una humildad como la del pollino, tan humilde como este animal de carga, con el que Jesús entra en Jerusalén, como rey pacífico, según la profecía de Zacarías: “Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en una borrica, en un pollino, hijo de acémila“.
El Evangelio de hoy es aún más sublime por razón de las palabras: “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar“.
Éstas levantan el velo de la santa Trinidad y hacen descubrir que los discípulos entran en un conocimiento de amor, íntimo y recíproco, entre el Padre y el Hijo.
Justamente San Pablo, segunda lectura, afirma que, por el Espíritu Santo, somos posesión de Dios, “de Cristo“: por eso, no debemos vivir “según la carne“, el mundo, la mundanidad, sino según el mismo Espíritu que nos ha sido dado.
El mismo Espíritu que nos ha hecho nacer de nuevo y dará la vida a nuestros cuerpos mortales.
El Salmo 144 representa la plenitud de la alabanza del Salterio: “Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey“.
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2020, Liturgia fovenda, p.284)