DOMINGO IV DE PASCUA
“Domingo del buen Pastor”. Jesús Resucitado se manifiesta como el “buen Pastor”.
En el fragmento central del capítulo 10 de san Juan se manifiestan los desvelos del pastor por su rebaño hasta la muerte y el mutuo conocimiento de Él con sus ovejas, un conocimiento cuya profundidad se fundamenta en lo más íntimo de Dios: “Igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre”.
El Pastor prefiere dar su vida por las ovejas antes que abandonarlas. Esto es propio de los asalariados.
En la primera lectura el apóstol Pedro proclama el kerigma; es el Señor Resucitado quien ha realizado el milagro, no él.
Jesús, el Señor, es realmente la piedra desechada por los arquitectos y se ha convertido en piedra angular, ningún otro nombre bajo el cielo puede salvarnos.
Con razón la asamblea reemprende, una vez más el Salmo pascual por excelencia y se deleita en cantar: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”.
San Juan, en su primera carta, escribe las palabras esenciales: “Somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos”, sin embargo: “Veremos a Dios tal como es”.
La oración de las ofrendas posee un alto contenido de teología litúrgica: “Que la actualización continua de tu obra redentora, sea siempre fuente de gozo incesante”.
El texto de la antífona de comunión no es bíblico, pero lleva la hondura de la tradición litúrgica; “Ha resucitado el buen Pastor, que dio la vida por las ovejas” (Surrexit Pastor bonus).
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2018, Liturgia fovenda, p. 146)