DOMINGO VII DE PASCUA LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
El Domingo de la Ascensión del Señor debe ser solemnizado máximamente, puesto que la Ascensión del Señor proclama el artículo de la fe: Sedet ad dexteram Patris.
La humanidad está glorificada en Él, tiene sitio cabe a Él.
Por la Ascensión Aquél que vino “nudus” ha vuelto al Padre vestido de nuestra humanidad. Ahora El es nuestro cielo!
Estar con Cristo es estar en el cielo ya!
En el Evangelio, según Lucas, de este Ciclo no puede pasar desapercibido que durante la ascensión, el Señor, “levantando las manos los bendijo”.
La bendición de Cristo es el Espíritu Santo.
¿Quien no recuerda el sermón de San Agustín: “Mientras Él está ahí, sigue estando con nosotros; y nosotros mientras estamos aquí, podemos estar ya con Él, allí! El realiza aquello con su divinidad, su poder y su amor; nosotros, en cambio, aunque no podemos llevarlo a cabo como Él en la divinidad, sí que podemos con el amor si va dirigido a Él” (Sermón de San Agustín sobre la Ascensión del Señor). Y con su gloriosa Ascensión tenemos la certeza (¡oh bienaventurada certeza!) que donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su cuerpo” (Colecta).
Aunque sabemos que “no se ha ido para desentenderse de nuestra pobreza, sino que nos precede el primero como cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino” (Prefacio I de la Ascensión).
El Señor volverá y todo lo que hemos sembrado con lágrimas, lo recogeremos entre cantos de alegría. Y el gozo será indecible.
Y los pobres de nuestro Señor serán reivindicados y los que han sido los primeros en este mundo, cuando El venga, serán los últimos.
La Iglesia será finalmente santificada y presentada sin mancha al Padre (Ef 5,27).
La III edición del Misal Romano ha enriquecido esta solemnidad con la Misa de la Vigilia propia.
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2018, Liturgia fovenda, p. 165)