DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO
“Domingo del Shemá Israel, escucha, Israel“.
No hay diferencia entre la antigua y nueva alianza entre el primer mandamiento y el otro parecido al primero.
Israel, supo expresar muy bien estos dos mandamientos: “amarás al Señor, tu Dios y amarás a tu prójimo“. La diferencia está en lo que responde el Señor: “y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios“.
De esta manera sitúa el amor a Dios por encima de todo orden cultual y nos hace comprender que sólo el Señor, en la cruz y en la Eucaristía ha amado a Dios y a los hermanos “con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser“. Y nosotros, podemos amar así, por la fuerza del Espíritu Santo que el Señor nos regala.
Esto queda muy bien expresado en la segunda lectura a los Hebreos: “a los que se acercan a Dios por medio de él, pues vive siempre para interceder a favor de ellos“.
La Eucaristía de cada Domingo hace presente, ahora y aquí, su sacrificio único en virtud de un sacerdocio eterno: “Jesús, como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa“.
El Salmo es precioso perque es el único Salmo de Israel que comienza con estas palabras: “Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza“.
Si podemos amar a Dios con todo el corazón y con toda nuestra alma es porque antes el Señor nos ha amado a nosotros con todo su corazón y con toda su alma, en el Hijo y en el Espíritu Santo.
Amar a Dios no es un mandamiento, es una correspondencia.