El Beato Francisco Castelló y la Eucaristía
A los ocho años encontramos a Francisco, con su madres viuda y sus dos hermanas en Juneda (Lleida). A los diez años hace la primera comunión. Se prepara en la catequesis de la parroquia, pero especialmente su madre que procura que su hijo entienda las verdades de la fe cristiana de tal manera que muevan su voluntad. El segundo domingo de Pascua, 4 de mayo de 1924 hace la primera comunión. Sus hermanas dicen que se emocionó mucho y hasta lloró. La primera comunión fue el comienzo de una participación muy frecuente del sacramento de la Eucaristía guiado y acompañado por el interés de su madre.
En su adolescencia pasa por una crisis religiosa. Su hermana Teresa dice: “Se enfrió en su fervor, pero no tanto que se apartase de las prácticas religiosas. El Rosario se rezaba cada día en casa y continuaba frecuentando los sacramentos”. El director espiritual del centro donde estudiaba afirma: “Abandonó la frecuencia de los sacramentos; pero nunca dejó de asistir a la santa Misa los días de precepto ni entre sus compañeros y amigos hizo manifestación alguna que demostrara la crisis en que se debatía”.
Uno de sus compañeros de prisión testifica: “Su estado de ánimo ante la proximidad de la muerte, era de alegría por el martirio que esperaba, preparándose con actos de piedad, particulares y colectivos”. Y otro afirma: “Creo que su estado de ánimo era una consecuencia de sus contactos con el Señor. Se disponía a la muerte confesándose, cosa que hizo varias veces”.
La Eucaristía es la Fuerza de los mártires. Escribe un obispo vietnamita que pasó muchos años en la prisión: “Cuando en 1975 me metieron en la cárcel, se abrió camino dentro de mí una pregunta angustiosa: ¿podré seguir celebrando la Eucaristía?” En el momento en que vino a faltar todo, la Eucaristía estuvo en la cumbre de nuestros pensamientos: el pan de vida. “Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6, 51). Cuántas veces recordé de la frase de los mártires de Abitene (s.IV), que decían: “No podemos vivir sin la celebración de la Eucaristía.” Nunca podré expresar mi gran alegría: diariamente, con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano, celebré la misa. ¡Este era mi altar y ésta sea mi catedral! Era la verdadera medicina del alma y del cuerpo: ”medicina” de inmortalidad, remedio para no morir, sino para vivir siempre en Jesucristo; como dice S. Ignacio de Antioquia.” (F.X. Nguyen van Thuan, Testigos de la Esperanza, Ciudad Nueva Madrid, 2000, p. 144-145)
Mn. Gerardo Soler.
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Vicepostulador de la causa de Canonización del Beato Fracisco Castelló.