EL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
En el Ciclo B las lecturas de la solemnidad son una intesa referencia al misterio del Cáliz y de la Preciosísima Sangre del Señor.
En el Evangelio la narración de la institución de la Eucaristía según Marcos, El Señor como, a los discípulos, nos encarga una cierta preparación de la mesa eucarística, pero el protagonista es Él y sólo Él.
Es Jesús quien realiza lo completamente imprevisible y grandioso, toma pan ordinario y dice: “Esto es mi cuerpo”. Y aún más incomprensible que lo primero, toma el cáliz, y dice: “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por muchos”.
Anticipa así el derramamiento de la sangre en la cruz. Remite al origen de la primera alianza en el Sinaí, tal como escuchamos en la primera lectura.
La antigua alianza se consuma cuando el Mediador definitivo aparece ante el Padre “con su propia sangre”. Así expía los pecados de la humanidad y sella una alianza nueva.
El derramamiento de sangre de los sacrificios, presente en todo el Antiguo Testamento, culmina y se realiza en Él, “en virtud del Espíritu eterno” (Hb 9,14).
El Señor nos ha dejado su sacrifico no únicamente para recibirlo sino para actualizarlo sacramentalmente: “Haced esto en memoria mía”.
El Salmo confirma que las lecturas versan en este ciclo sobre el misterio del Cáliz: y así la Iglesia canta: “Alzaré la copa de la salvación, invocando tu nombre”.
Un detalle precioso de la actualiza- ción sacramental se encuentra en el Canon romano, cunado en las palabras previas a la consagración del cáliz se dice: “Del mismo modo, acabada la cena, tomo este cáliz glorioso” (praeclaum calicem).
Tanto la Misa como el Oficio fueron compuestos por santo Tomás de Aquino. Reclamamos la atención sobre el segundo responsorio del Oficio: “Reconoced en el pan al mismo que pendió en la cruz; reconoced en el cáliz la sangre que brotó de su costado. Tomad, pues, y comed el cuerpo de Cristo; tomad y bebed su sangre. * Sois ya miembros de Cristo. V. Comed el vínculo que os mantiene unidos, no sea que os disgreguéis; bebed el precio de vuestra redención, no sea que os despreciéis”.