EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ – 14 de setembre
Las Iglesias de oriente y de occidente celebran hoy la Exaltación de la Cruz del Señor.
La Cruz del Señor es el juicio del mundo, un juicio de Misericordia.
Es la elevación de la Cruz santa y vivificante sobre el mundo.
La fiesta, celebrada ecuménicamente, procede de la Iglesia madre de Jerusalén.
Se celebra cuarenta días después de la Transfiguración del Señor.
De alguna manera la fiesta de la Santa Cruz, junto con las “Témporas” de otoño, ocupó el lugar de la fiesta más grande de Israel, la de los Tabernáculos.
Un residuo antiguo de esta conexión con la Fiesta de los Tabernáculos la encontramos en el Misal Romano en la IV Témporas de septiembre, “Ordo vetus“.
La fiesta de la Cruz coincide con el tiempo de la vendimia.
Recordemos la preciosa oración de la Dedicación de las Iglesias: “Haces que la Iglesia, extendida por toda la tierra, crezca sin cesar como Cuerpo del Señor“.
La Cruz es el signo supremo, indeleble, que manifiesta el Señor Resucitado en el Espíritu Santo.
Icono de amor del Padre que ha entregado el Hijo en el amor del Espíritu.
La geometría infinita de la Cruz evoca la “profundidad, la altitud, longitud y anchura” del amor de Cristo (Ef 3,18).
La Cruz permanece elevada sobre este mundo hasta que el Señor vuelva en su gloria.
En Jerusalén y en los ritos orientales se realiza el rito de la elevación de la santa Cruz, así se representa también en el icono de la fiesta.
Mientras se bendice con la Cruz elevada los cuatro puntos cardinales, los fieles se prostran.
La antífona principal y verdaderamente antiquísima es ésta: “Tu Cruz adoramos, Señor, y tu santa Resurrección alabamos y glorificamos, pues del árbol de la Cruz ha venido la alegría al mundo entero“.
Para los cristianos de rito oriental hoy es día de ayuno riguroso.
El Oficio Divino de hoy es todo él un canto a la Cruz del Señor que la muestra como “esperanza única, altar, santa, bendita, admirable, preciosa, real, tesoro, nupcial, refulgente, gozosa, empurpurada de la sangre del Señor, redemptora“.
Todas estas expresiones aparecen en los himnos y en las antífonas del Oficio, y entre éstas la magnífica antífona de entrada: “Nosotros hemos de gloriarnos en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo“.
El origen de la fiesta de la Cruz está relacionado con la Dedicación de la basílica de la Resurrección, en Jerusalén.
La fiesta está atestiguada por la peregrina Egeria.
En la conversación de Jesús con Nicodemo el Señor anuncia que, al igual que Moisés levantó un signo de muerte, la serpiente, en el desierto para que quienes la miraran fuesen salvos, también el “Hijo del hombre” debe ser ensalzado sobre la Cruz, el trono de la divina gloria y de la Misericordia.
Se afirma que el que cree en la exaltación del Hijo del hombre tiene vida eterna, ya que Dios “no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él“.
En el Salmo se nos invita a escuchar las enseñanzas del Sabio, que revelan el sentido de las cosas pasadas, tesoro para nuestro presente: “No olvidéis las acciones del Señor“.
De la mistagogía de los Padres.
“Hoy, al ver elevada la preciosa Cruz de Cristo, prosternémonos ante ella con fe y alegria y abrazándola con anhelo, imploremos al Señor que fue crucificado en ella voluntariamente. Y así nos haga dignos de postrarnos ante la preciosa Cruz y de llegar al día de la Resurrección, libres de toda condenación“.
Exapostolario bizantino
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2020, Liturgia fovenda, p.356)