2018-DOMINGO IV DE ADVIENTO
Domingo de Adviento es casi una fiesta mariana.
En el ciclo C se proclama el Evangelio de la Visitación.
El día de Navidad podremos cantar verdaderamente: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre“.
María es felicitada con toda la fe del Antiguo y del Nuevo Testa- mento.
Es atribuida a María la liturgia del Arca, de la Divina Presencia: ella es verdaderamente el Arca de la Nueva Alianza.
Los orientales llaman a este Evangelio “aspasmós” (del saludo).
La carta a los Hebreos, en la segunda lectura, expresa una profunda meditación teológica sobre la Encarnación: “Hemos sido santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre“, en la Cruz y en la gracia eucarística.
Con el Salmo 79 (Qui pascis Israel), típico de la liturgia de Adviento, cantamos: “Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve“.
Es la luz que contemplaremos en el rostro Niño Jesús.
La oración para después de la comunión expresa que el pueblo cristiano “sienta el deseo de celebrar dignamente el nacimiento de tu Hijo al acercarse la fiesta de Navidad“.
TIEMPO DE NAVIDAD
La celebración de la Navidad abarca la Misa de la vigilia del 24 de diciembre, la Misa de medianoche (con la recomendada vigilia prolongada), la Misa de la aurora y la Misa del día.
En el Misal tenemos tres prefacios, cuyos títulos ya indican las dimensiones teológicas que la comunidad cristiana subraya en esta celebración: “Cristo, luz del mundo”, “La restauración del universo en la Encarnación” y “El intercambio realizado en la Encarnación del Verbo”.
Celebramos esta fiesta, no tanto como un aniversario histórico sino como la acogida de la gracia siempre actual del nacimiento del Señor.
Él es siempre el Dios con nosotros, resucitado y glorioso, presente en medio de su pueblo.
Su nacimiento se convierte en un acontecimiento nuevo cada año.
No celebramos que hoy fue Navidad, sino que hoy es Navidad.
Él es “el Salvador, nacido para comunicarnos su vida divina” (Post-comunión de la Misa del día), y por eso podemos participar del admirable intercambio: “Dios se hace hombre para que el hombre llegue a compartir la vida de Dios” (Colecta de la Misa del día).
Para comprender mejor el contenido de las solemnidades navideñas, hay que recordar el sentido teológico de la celebración, expresado en la fórmula litúrgica: “La manifestación del Señor en la carne”.
San León Magno es casi el teólogo de la Navidad.
Esta es la celebración in mysterio de la Encarnación del Hijo Unigénito del Padre.
Los textos de la liturgia actual están llenos de expresiones dogmáticas que precisan la fe en el misterio de la Encarnación.
Este es realmente el objeto de la celebración eclesial, sin perder nunca de vista que siempre celebramos la resurrección del Señor por la cual todo adquiere sentido.
En el Año
litúrgico, propiamente el Año de gracia, todo está
en todo.
Elogio de la Navidad del Señor
Pasados innumerables siglos desde de la creación del mundo, cuando en el principio Dios creó el cielo y la tierra y formó al hombre a su imagen;
después también de muchos siglos, desde que 687 el Altísimo pusiera su arco en las nubes tras el diluvio como signo de alianza y de paz;
veintiún siglos después de la emigración de Abrahán, nuestro padre en la fe, de Ur de Caldea;
trece siglos después de la salida del pueblo de Israel de Egipto bajo la guía de Moisés;
cerca de mil años después de que David fue ungido como rey, en la semana sesenta y cinco según la profecía de Daniel;
en la Olimpíada ciento noventa y cuatro, el año setecientos cincuenta y dos de la fundación de la Urbe, el año cuarenta y dos del imperio de César Octavio Augusto;
estando todo el orbe en paz, Jesucristo, Dios eterno e Hijo del eterno Padre, queriendo consagrar el mundo con su piadosísima venida, concebido del Espíritu Santo, nueve meses después de su concepción, nace en Belén de Judea, hecho hombre, de María Virgen: la Natividad de nuestro Señor Jesucristo según la carne.
Martirologio Romano
De la mistagogía de los Padres
Esta homilia de San Juan Crisóstomo es particularmente estimada en la liturgia bizantina.
Se proclamacada año en las celebraciones y es popularentre los fieles:
¡Me sorprende un nuevoy maravilloso misterio!
Mis oídos oyen el himno de los pastores,
que no entonan una melodía suave sino un himno celestial ensordecedor.
¡Los ángeles cantan!
¡Los Arcángeles unen sus voces en armonía!
¡Los Querubines entonan sus alabanzas llenos de gozo!
¡Los Serafines exaltan su gloria!
Todos se unen para cantar en esta santa solemnidad,
sorprendiéndose ante el mismo Dios presente aquí en la tierra
y del hombre elevado al cielo.
Aquel que está arriba, por nuestra salvación ahora reposa aquí abajo;
y nosotros, que estábamos abajo ahora somos exaltados por la divina misericordia.
Hoy Belén es semejante al cielo, escuchando desde las estrellas el canto de las voces
angélicas y,
en lugar del sol, presencia la aparición del Sol de la Justicia.
No preguntéis cómo ha sido eso, porque cuando Dios quiere, el orden de la naturaleza
cambia.
Ya que Él quería, pudo descender para salvar.
Todo se mueve en obediencia a Dios.
Hoy, Aquel que es, nace. Y Aquel que es, se convierte en lo que no era.
De tal manera que se hizo hombre sin dejar de ser Dios.
He aquí que los reyes llegaron, vieron el Rey celestial que vino a la tierra,
sin llevar ángeles, ni arcángeles, ni tronos, ni dominaciones, ni poderes, ni principados,
sino iniciando un nuevo y solitario camino desde un seno virginal.
Sin embargo, no olvidó a sus ángeles, no los privó de su cuidado,
Porque por su encarnación no ha dejado de ser Dios.
Y mirad: los reyes han llegado, para servir al Jefe de los ejércitos celestiales.
Las mujeres vienen a adorarlo, pues ha nacido de una mujer,
para que cambie las penas del parto en gozo; las vírgenes, al Hijo de la Virgen…
Los niños vienen a adorarlo porque Él se hizo niño, porque de la boca de los niños
ha sacado una alabanza; los niños, al Niño que les otorgó ser mártires por la matanza de
Herodes…
Los hombres, a Aquel que se hace hombre para curar las miserias de sus siervos.
Los pastores, el buen Pastor que da la vida por sus ovejas;
los sacerdotes, a Aquel que se hace Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec.
Los esclavos, a Aquel que tomó la forma de siervo,
para bendecir nuestro Servicio con la recompensa de la libertad.
Los pescadores, al Pescador de la humanidad.
Los publicanos, a Aquel quien comiendo con ellos los nombró evangelistas.
Las mujeres pecadoras, a Aquel que entregó sus pies a las lágrimas de la mujer
arrepentida,
y para que pueda abrazarlos también yo.
Todos los pecadores han venido, para poder ver el Cordero de Dios que carga con los pecados
Del mundo.
Por eso todos se regocijan, y yo también deseo alegrarme.
Deseo participar de esta danza y de este canto, para celebrar esta fiesta.
Tomo mi lugar, no tocando el arpa ni llevando una antorcha, sinó abrazando la cuna
de Cristo.
¡Porque esta es mi esperanza!
¡Esta es mi vida!
¡Esta es mi salvación!
¡Este es mi canto, mi arpa!
Y trayéndola en mis brazos, me presento ante vosotros habiendo recibido el poder
y el don de la palabra,
y con los ángeles y los pastores canto:”¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!”.
Homilía de Navidad de San Juan Crisóstomo
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2019, Liturgia fovenda, p. 48ss.)