2018-DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO
“Domingo de la viuda pobre”
Todas las mujeres que aparecen en el Evangelio manifiestan alguna cosa de santa María, la dichosa, bienaventurada porque ha creido.
El Señor se fija en la mujer pobre que deposita su limosna entrando en el templo. Ha dado no de lo que le sobra, sino de aquello que tiene necesidad.
Vemos un caso de que la que necesita que le hagan caridad, hace caridad. No da, sino que se da ella con todo lo que tiene.
De esta manera se convierte en maestra de la fe de Israel y su gesto la hace ya de la nueva alianza, una cristiana.
Es la última escena de la vida de Jesús antes del discurso apocalíptico y del relato de la misión. Por tanto este episodio, tiene un valor de síntesis de la predicación de Jesús.
Jesús no le dice nada, no intercambia ninguna palabra con ella. Deja que se pierda en medio de la multitud que entraba y salía del templo. Y aquella mujer nunca supo que había merecido la felicitación y la bendición del Hijo de Dios.
La gloria de Dios, como la del Reino, es escondida.
Tampoco el Señor habla de ninguna recompensa: la acción de la mujer pobre es tan brillante que tiene la recompensa en sí misma.
En la lectura de la carta a los Hebreos aprendemos que el Padre da al mundo lo que Él más quiere, su Hijo, para la salvación de todos.
La primera lectura, es también un ejemplo de generosidad hasta el final. Cuando lo hemos dado todo de nuestra parte, entonces Dios se manifiestas como el que “sustenta al huérfano y a la viuda“, por eso cantamos en el Salmo, desde lo más íntimo del corazón: “Alaba, alma mía, al Señor“.