2019 – DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
Domingo de los diez leprosos.
La liturgia de la Palabra de hoy no está centrada en la virtud de la gratitud, ciertamente hay que ser agradecidos con el Señor y los demás.
El Señor con la curación de los diez leprosos expresa la universalidad de su salvación.
El samaritano purificado es profecía y primicia de la misión universal.
La misión de la Iglesia va más allá del pueblo de Israel, es uno de los postulados característicos de la teología redaccional de Lucas.
El Señor manda a los leprosos que acudan a los sacerdotes, al templo, a certificar su purificación.
Sólo uno, y aún samaritano, un extrajero, vuelve atrás alabando a Dios a grandes gritos: “se postró a los pies de Jesús, con el rostro en tierra, dándole gracias“.
Con la postración adoradora y litúrgica el samaritano reconoce en Jesús la presencia de Dios en medio de los hombres, y aún más, reconoce que Él era el verdadero templo de Dios.
Su gesto es una liturgia y una confesión de fe.
El Señor le dice: “Levántate, tu fe te ha salvado“.
Es la fe en Cristo, Hijo de Dios, que salva.
Los otros nueve fueron a buscar a los opresores, sólo éste reconoce al Libertador.
En la primera lectura, Naamán, el sirio, es también primicia de la salvación de Dios dada a los extranjeros.
La escena del Jordán fue empleada en la catequesis mistagógica sobre el Bautismo.
La universalidad de la salvación es cantada en el Salmo: “El Señor revela a las naciones su salvación“.
En la segunda carta de san Pablo a Timoteo encontramos la quintaesencia de la vida cristiana: toda la liturgia es hacer memoria de Jesucristo: “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos“.
Los últimos versículos catequizan sobre el Bautismo: “Si morimos con Él, viviremos con Él; si perseveramos también reinaremos con Él“.
Ese morir en Cristo se realiza en el Bautismo, inicio del camino de la fe.
El Apóstol afirma como “palabra digna de crédito” que Dios permanece fiel, aunque nosotros no le seamos fieles, porque “no puede negarse a sí mismo“, ni su amor.
La fidelidad de Dios no puede fallar, ni el cumplimiento del designio de Dios, ya que toda la Escritura se cumple con Él (Hch 6,18).