2020 – ASCENSIÓN DEL SEÑOR
El Domingo de la Ascensión del Señor debe ser solemnizado al máximo, ya que proclama el artículo de la fe: “Sedet ad dexteram Patris“.
La humanidad ha sido glorificada en El.
Aquel que vino “nudus” ha vuelto al Padre vestido de nuestra humanidad.
¡Ahora, Él es nuestro cielo! ¡Estar con Cristo es estar ya en el cielo!
¿Quién no recuerda el sermón de San Agustín: “Mientras Él está, sigue estando con nosotros; y nosotros mientras estamos aquí, podemos estar ya con Él, ¡allí! Él lo realiza con su divinidad, su poder y su amor; nosotros, en cambio, aunque no podemos hacerlo como Él en la divinidad, sí lo podemos hacerlo con el amor” (Sermón sobre la Ascensión del Señor).
Con su gloriosa Ascensión, tenemos la certeza de que permanece “siempre con nosotros en la tierra y que nosotros merezcamos vivir con Él en el cielo” (oración colecta).
Sabemos que “No se ha ido para desentenderse de nuestra pobreza, sino que nos precede el primero como cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino» (Prefacio I de la Ascensión:”El misterio de la Ascensión”).
El Señor volverá: “todo lo que hemos sembrado con lágrimas, lo recogeremos entre cantos de alegria“. El gozo será inmenso.
Los pobres de nuestro Señor serán reivindicados y los que han sido “primeros” en este mundo, cuando Él venga, serán “últimos”.
La Iglesia será finalmente santificada y presentada sin mácula al Padre (Ef 5,27).
La III edición del Misal Romano ha enriquecido esta solemnidad con la Misa de la Vigilia propia.
La pasión y la Resurrección de Cristo culminan con la misión universal confiada a los discípulos.
Es el final grandioso y solemne del Evangelio de Mateo.
El Señor que se hace presente y ante quien se prostran los discípulos, es ya el Señor glorificado: a quien el Padre ha dado todo “todo poder en el cielo y en la tierra“.
Esta palabra se repite varias veces en el texto. “Todo” le ha sido dado porque “todo” lo ha recibido del Padre.
Ahora Él los envía a enseñar “todo” lo que Él les ha mandado.
Deben ir a todos los pueblos en una misión que no conocerá límites ni en el tiempo ni en el espacio.
Ante la misión excesiva y colosal, ellos no deben tener miedo: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos“.
Este “estoy con vosotros” es la gran inclusión de Mateo: había comenzado su Evangelio con el nombre del niño “Emmanuel“, Dios-con-nosotros.
En la segunda lectura, el magnífico texto a los Efesios de San Pablo. Sólo teniendo los ojos puestos en el Señor glorificado se puede conocer “cuál es la esperanza a la que nos llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los Santos“.
Cristo ha sido dado a la Iglesia, que es su cuerpo y su comple- mento.
A la Iglesia no le es permitido encerrarse en sí misma, sino que tiene que abrirse al mundo para que éste se abra a la plenitud de Cristo: “plenitud del que llena todo en todos“.
El Salmo 46, secularmente aplicado al misterio que hoy celebramos, canta la alegría de la Ascensión de Jesús al Padre. El Cristo Resucitado que asciende debe ser alabado por todos: “Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de jubilo“.
Es una alegría universal.
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2020, Liturgia fovenda, p.239)