2020 – DOMINGO DE PENTECOSTÉS
Pentecostés es la plenitud de la celebración de Pascua.
Es la Pascua consumada y continuada, perenne.
Pentecostés es el último día de la fiesta, el día que hace cincuenta después de Pascua.
El último día es la memoria del Don del Espíritu Santo.
Los santos Padres enseñan que Cristo ha sufrido pasión y muerte y ha resucitado “para entregar el Espíritu“.
Santo Tomás dice que, dando el Espíritu, Dios no da un don inferior a sí mismo, sino que se da a sí mismo.
El Espíritu convoca la Iglesia, la une en la diversidad y le regala los dones de la unidad, de la santidad y de la apostolicidad.
Desde el primer Pentecostés, Cristo, Sacerdote eterno, es quien invoca incesantemente el Espíritu sobre la Iglesia.
El Espíritu es también el artífice de los sacramentos.
Del mismo modo que vivifica el pan y el vino para que sean el Cuerpo y la Sangre del Señor, vivifica el libro de la Escritura para que sea Palabra viva para nosotros.
Dentro de nosotros, en el corazón de cada creyente, es agua viva e impetuosa que clama: “Ven al Padre” (San Ignacio de Antioquía).
Por Él entramos en la comunión trinitaria ya en este mundo, aunque todavía no se ha manifestado la gloria de los hijos e hijas de Dios.
Mucho más: la liturgia es la obra conjunta del Espíritu y de la Iglesia.
Sin el Espíritu no hay liturgia cristiana.
“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones” (Rm 5,5). Este mismo amor nos lleva siempre a los pobres: no sin razón, la Secuencia invoca al Espíritu como “Padre de los pobres” “Pater pauperum“.
La lectura primera, de los Hechos de los Apóstoles, narra el acontecimiento de Pentecostés.
El Espíritu hace nacer la Iglesia.
Realmente hoy es su día fundacional.
El Espíritu se manifiesta con toda la riqueza simbólica bíblica, sonido, viento y fuego.
Se revela también en forma de “lenguas, como llamaradas“, sobre los apóstoles, para que también sus palabras sean ardientes para anunciar, ya sin miedo, y a todos los pueblos, la Resurrección de Jesucristo.
El Espíritu llena en su totalidad la Iglesia, y a cada uno de los discípulos y discípulas.
Comienza la misión universal de la comunidad apostólica.
Los destinatarios de la misión son todos los pueblos representados por los extranjeros que se encontraban en Jerusalén.
El Espíritu Santo, a diferencia de Babel, hará comprensible todos los lenguajes en el idioma de una misma fe y de una misma caridad.
Ese mismo Espíritu, según enseña Pablo en la segunda lectura, se manifiesta en la diversidad de “carismes“, de “ministerios” y de “actuacions” distribuidos a la comunidad.
Todos proceden de su unidad y tienden a su unidad.
Cada manifestación particular está al servicio de la plenitud de la unidad, ya que “lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo“.
En el Evangelio, Cristo Resucitado exhala el Espíritu Santo sobre los discípulos.
La Iglesia será una comunidad “pneumatófora“, portadora del Espíritu Santo: por ello podrá perdonar los pecados.
Es el Espíritu de la unidad del Hijo con el Padre, finalmente entregado a la Iglesia.
De la mistagogia los Padres
“Rey del cielo consolador, Espíritu de la verdad, que eres presente en todas partes y todo lo plenificas, tesoro de todo bien y dador de la vida: ven y habita en nosotros, purifícanos de todo pecado y salva nuestras almas“.
(De la liturgia y de la piedad de los fieles en oriente)
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2020, Liturgia fovenda, p.246)