2020 – Domingo de Resurrección
Tercer día del Triduo Pascual
DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
Vigilia Pascual en la noche Santa
La oración colecta, previa a la lectura del Apóstol, invoca a Dios que ha iluminado «esta noche santísima con la gloria de la resurrección del Señor».
Es la noche en que se celebra la «Madre de todas las vigilias»: la Iglesia alaba a Dios porque «Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado» (Prefacio I de Pascua).
La Pascua de Cristo es también nuestra Pascua: «En la muerte de Cristo nuestra muerte ha sido vencida, y en su gloriosa resurrección hemos resucitado todos» (Prefacio II de Pascua).
La Iglesia se siente participante del paso-éxodo de Cristo a través de la muerte a la vida.
Ella misma renace y disfruta suplicando «que los sacramentos pascuales que inauguramos nos hagan llegar, con tu ayuda, a la vida eterna» (oración sobre las ofrendas): por el Bautismo se sumerge con Cristo en su Pascua; por la Confirmación recibe el Espíritu de la vida a modo de sello; y en la Eucaristía participa del Cuerpo y la Sangre de Cristo, como memorial de su muerte y resurrección.
Con alegría, la comunidad, cantando el Salmo Sicut cervus, se dirige a la fuente bautismal para proclamar las maravillas del nuevo nacimiento por medio del signo del agua.
Porque Cristo ha resucitado y vive en la gloria del Padre y en la donación constante del Espíritu Santo, la Iglesia celebra con eficacia salvadora la Iniciación cristiana para los catecúmenos y también para los fieles que renuevan el Bautismo (renovar significa partir de la primera gracia) y celebran el banquete eucarístico.
La liturgia es precedida del bello lucernario.
Conviene dar el máximo valor a la proclamación del Evangelio.
Es el primer Evangelio (Evangelio alpha) que los contiene todos y por el que todos adquieren sentido.
Es realmente la Buena Noticia, magnífica e inaudita, de la resurrección de Cristo.
Para llegar a este Evangelio se han escuchado las «profecías» del Antiguo Testamento (creación, sacrificio de Isaac, éxodo, el anuncio de la nueva alianza, el agua de la vida).
Las profecías vienen acompañadas por el canto de los Salmos -transidos de sentido pascual- y de las oraciones colectas que indican la interpretación cristológica de cada texto.
Son oraciones antiquísimas y muy bellas teológicamente.
El Evangelio de la resurrección es el punto culminante (punctum saliens) de la celebración de la liturgia de la Palabra (tanto en la Vigilia como el día de Pascua).
La salmodia de la noche de Pascua es espléndida y hay que hacer todo lo posible para que sea cantada.
Son Salmos de amor de la Esposa enamorada: el Señor que ha entregado su vida por ella.
En algunas liturgias, como ya consta en la obra Peregrinación de Egeria, es el mismo obispo quien proclama el Evangelio de la resurrección la noche de Pascua (no hay ningún inconveniente en que, en la noche de Pascua, en la catedral, sea el obispo quien, si quiere, proclame hoy el Evangelio).
Después prosigue la liturgia del Bautismo con la procesión al baptisterio, la letanía de los santos (la tal nube de testigos de que habla Hb 12,1), la bendición del agua… como anamnesis de las maravillas de Dios obradas por el signo del agua. Y la epíclesis del Espíritu: el Espíritu de la cruz, de la resurrección, de Pentecostés, de la divina Plenitud.
También el Bautismo de los elegidos y/o la renovación del Bautismo de los fieles.
Renovar tiene, esta noche, el sentido fuerte de “hacer nuevo” el Bautismo, como si acabáramos de ser bautizados aquellos que con cirios encendidos en las manos hemos efectuado la triple renuncia y la triple adhesión a la fe.
Finalmente, como plenitud de todo, el banquete eucarístico: banquete nupcial, luminoso y festivo.
Los dones son presentados por los neófitos o por los fieles.
Dones que el Señor mismo devolverá a la Iglesia como ofrendas más excelentes: como su Cuerpo y su Sangre.
Lo hace por la plegaria siempre escuchada, la Plegaria eucarística, con el memorial de toda la historia de la salvación -desde los inicios (la creación) hasta la culminación (la resurrección y Pentecostés)-.
Oración que incluye también la narración de la Santa Cena, la ostensión de los Dones con la invocación (precedente y procedente) del Espíritu Santo sobre las ofrendas y sobre nosotros, con la intercesión por toda la Iglesia, por los vivos y por los difuntos.
Nuestra conversión hace más grande el gozo de los santos (en el cielo habrá más alegría según Lc 15,7), y hacemos memoria de quienes nos han precedido en el «signo de la fe» (el Bautismo).
Habiendo recitado la Plegaria eucarística, habiéndonos dado el ósculo de la paz (¡tan lleno de gozo en esta noche!), y habiendo partido el Pan, los fieles ansiosos participarán del banquete del Reino en la noche llena de luz, y así gustarán y verán “qué bueno es el Señor“.
Es la Iglesia que escucha la palabra de su Esposo: «Iglesia mía, no ayunes más. Entra en mi alegría y en mi reposo».
Noche del Domingo de Pascua, Domingo de todos los Domingos, el Domingo perenne, fiesta de todas las fiestas.
El misterio del día octavo que entra en la eternidad divina.
De la mistagogia los Padres
“Oh noche más brillante que el día. Oh noche más bella que el sol.
Oh noche más blanca que la nieve.
Oh noche más resplandeciente que las antorchas. Oh noche más deliciosa que el paraíso.
Oh noche, libre de tinieblas. Oh noche, llena de luz.
Oh noche que despiertas el corazón.
Oh noche que haces velar con los ángeles. Oh noche terrible para los demonios.
Oh noche, anhelo de todo un año. Oh noche, madre de los neófitos…”
Asterio de Amasé, llamado el Sofista (PG 40, 433-444)
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2020, Liturgia fovenda, p.192)