2020 – DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO
Domingo de Jesús caminando sobre las aguas
La era mesiánica ha comenzado, Jesús se manifiesta ya como el “Kýrios“.
Después de la multiplicación, “Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente” ¡qué delicadeza!
El Señor siempre nos manda “ir a la otra orilla“: esto tiene un profundo significado teológico y espiritual imposible de resumir aquí.
Él “subió al monte a solas“, para la oración que dura toda la noche, como en Getsemaní.
Los discípulos, en su travesía, se encuentran en una de las terribles tormentas del lago, las cuales, como se sabe, son imprevistas y temibles.
“La barca iba ya muy lejos de tierra” (lit: “muchos estadios“; el estadio era una medida métrica de aproximadamente 165 metros).
A la cuarta vigilia de la noche, a partir de las 3h y hasta la madrugada, el Maestro sabe que la tormenta será útil a la fe de los discípulos y se pone en camino hacia ellos.
La creación se hace dócil a su servicio: él es el rey Mesiánico, Señor de la creación.
¿Quién ha visto a un hombre caminar sobre el mar y no hundirse? Nadie.
Los discípulos, como buenos hebreos, con un espíritu crítico acusado, dudan y se alarman: creen ver un fantasma.
Gritan horrorizados de miedo, al igual que cuando se les aparece Resucitado: Lc 23,47.
Entonces escuchan las palabras, también presentes en los relatos de Pascua: “No tengáis miedo“.
Pero no basta con estas palabras, es necesario que el Señor se dé a conocer: “Soy yo“.
Es el “YO SOY“, el “tetragrammaton JHWH”, nombre divino revelado a Moisés (Ex 3,14).
Es el Hijo de Dios, que con el Padre y el Espíritu Santo, es el único Dios (Dt 6,4).
Entonces Pedro, el primero entre los discípulos, le pide caminar él también sobre las aguas, pero se atemoriza y se hunde.
Eleva la oración tantas veces repetida en los Salmos: “Señor, sálvame“.
El discípulo reconoce que la salvación sólo está en Jesús y éste, al instante, “enseguida“, le da la mano y lo salva.
“En cuanto subieron a la barca amainó el viento“: es el 9º prodigio o “signo” cumplido.
La presencia del Señor amaina el monstruo marino, Leviatán, que simboliza el mar mismo, y salva a los que quiere engullir.
Los discípulos, preocupados por su presente y su futuro, entienden que son hombres de poca fe y ante la Presencia del Señor se postran, lo adoran, y confiesan la fe pascual: “Realmente eres Hijo de Dios“.
Clarísimamente, el relato está impregnado de la teología pascual: Jesús caminando sobre las aguas tormentosas significa su victoria Pascual sobre el mal y el caos pavoroso.
La “barca“, la Iglesia, que “se adelanta a la otra orilla“, el Reino, no debe temer nada ni a nadie, porque en la travesía el Señor Resucitado está, siempre dispuesto a ayudar a los que por falta de fe pueden sucumbir.
San Pablo, en el fragmento que hemos escuchado en la segunda lectura, también hace profesión de fe en la divinidad de Jesús: “de ellos procede el Cristo, según la carne (Israel); el cual está por encima de todo, Dios bendito por los siglos“.
Las enseñanzas de la liturgia de la Palabra de hoy para la vida del cristiano y de la Iglesia son fecundas y múltiples.
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2020, Liturgia fovenda, p.317)