2020 – DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO
Del tesoro escondido y el comerciante de perlas finas
Domingo de “las tres parábolas del Reino“.
Escuchamos la última parte del capítulo de las parábolas del Reino.
Hoy todavía, otras “parábolas gemelas”: la del tesoro escondido que el agricultor encuentra en el campo, y la de la perla fina “de mucho precio” por la que el comerciante vende todo lo que tiene.
En la sinopsis, el Reino de Dios se identifica con la persona de Cristo: Él es el tesoro escondido y la perla de gran valor.
El “tesoro escondido” es también la Sabiduría de Dios: “Es para los hombres un tesoro inagotable: quien sabe usar de ella, logra la amistad de Dios” (Sb 7,14).
En el mismo escrito se lee: “Ninguna piedra preciosa me pareció igual a ella, pues frente a ella todo el oro es como un puñado de arena, y la plata vale tanto como el barro. La amé más que a la salud y a la belleza; la preferí a la luz del día, porque su brillo no se apaga” (Sb 7, 9-10).
La Sabiduría es Cristo en el Don de su Espíritu Santo: “Pues en Él están encerradas todas las riquezas de la sabiduría y del conocimiento“, escribe el Apóstol (Col 2,3).
En este tesoro hay que poner el corazón (Mt 6,21).
Tanto el campo como el comerciante se arriesgan a perderlo todo, porque lo han encontrado en Él.
San Pablo manifestará: “Aún más, a nada concedo valor cuando lo comparo con el bien supremo de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por causa de Cristo lo he perdido todo, y todo lo considero basura a cambio de ganarlo a Él” (Flp 3,8).
Las tres parábolas ciertamente manifiestan una gran belleza teológica y espiritual. Son dignas de una predicación positiva y propositiva.
El encuentro con Cristo es el don más grande que la persona puede recibir.
Es encontrar la vida y la alegría más grandes.
La fe es el don y la riqueza más grande.
La Iglesia es la gran red que el Divino Pescador ha echado en el mar del mundo, que lo recoge todo, bueno y malo, y lo arrastra hacia el Reino de Dios.
La imagen, ¡tan familiar para Jesús y los discípulos! de los pescadores que, llegando a la playa del mar de Galilea, separan el pescado bueno del malo, sirve al Maestro, como en la parábola del trigo y la cizaña, para anunciar el juicio definitivo.
Sólo los ángeles de Dios, Él mismo, pueden discernir en la totalidad de la existencia humana lo que es valioso para Dios.
San Pablo anuncia la predestinación de los hijos de Dios, segunda lectura, con unos verbos que invitan a ser meditados: “Y a los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó“.
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2020, Liturgia fovenda, p.301)