2020 – DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO
Domingo de la profesión de fe de Pedro .
La profesión de fe de Pedro en la “Sinopsis” es un momento culminante del ministerio de Jesús.
Su diálogo con los apóstoles termina con la pregunta decisiva: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
Esta es la opinión que realmente interesa al Señor.
Pedro confiesa su fe en el Mesías, el Ungido por el Espíritu Santo, en el Hijo del Dios vivo, del Dios que es.
Su maestro no puede ser sino el Hijo de Dios: la profecía, que había sido interrumpida en Israel, rebrota en él.
Compendia en cierto modo la función profètica, Juan Bautista, Elías, Jeremías o uno de los profetes, y es el paso del Antiguo al Nuevo Testamento a modo de culminación.
Por otro lado, Simón Pedro no hace otra cosa que hacerse eco de la voz de Dios en el Jordán: “Este es mi Hijo amado” (Mt 3,17).
El Padre está al inicio y al fin de la fe de los Doce.
Nótese que Jesús formula la pregunta en plural, y la respuesta es sólo de Simón Pedro, que se convierte, como le llaman las Iglesias orientales, en el “corifeo” de los apóstoles, portavoz de todos, guía que va por delante.
Jesús le gratifica con la bienaventuranza de la fe.
Lo hace con una palabra solemne: “Ahora yo te digo“.
El conocimiento que Pedro tiene de Jesús no viene de “la carne” ni de “la sangre“, del conocimiento humano, sino que es don y revelación del Padre del cielo: el ser humano por sí mismo no puede llegar al conocimiento del misterio divino, tanto sólo por revelación.
Desde ahora él será “la roca“, Pedro, “Kéfas” sobre la que el Señor edificará “su Iglesia“, es decir, la convocación final y salvífica de los hijos e hijas de Dios, que comenzará después de la Ascensión.
Esto que se dice a Pedro, se dice también por extensión a los demás apóstoles y a todos los creyentes.
El Señor no tiene otra piedra para edificar su Iglesia sino la fe de los creyentes, llamados a ser piedras vivas (cf. 1P 2,1-10).
En el Nuevo Testamento se dice también que Cristo es la roca (1Co 10,4) y que posee las llaves del Reino (Ap 1,18).
Él se las da a Pedro, a la Iglesia.
Con el nuevo nombre le impone su función y ministerio: será una participación vicaria de la roca que es Cristo, fundamento, piedra fundamental y clave de bóveda.
Le delega, por decirlo así, su “exousia“, poder, autoridad o fuerza espiritual, con el símbolo de las llaves que, para la teología simbólica, significa “abrir y cerrar“.
Es decir: toda la capacidad para hacer entrar y hacer salir; no la capacidad de no hacer entrar y de no hacer salir.
La Iglesia es puerta abierta, nunca puerta cerrada hacia el Reino de la vida.
Cristo ha confiado, pues, su Iglesia a Pedro y -en él- a la Iglesia.
Toda la teología del primado de Pedro se fundamenta aquí.
El símbolo de las llaves, ilustrado en la primera lectura, implica “confiar“.
De hecho ¿a quién damos las llaves de nuestro hogar sino a quien nos merece confianza?
“El poder del infierno no la derrotarà“, a la Iglesia, porque Él ha Resucitado.
La Iglesia se edifica por el Espíritu Santo, pero también se debe dejar edificar por el Espíritu Santo, en una pasividad mística.
Con razón tenemos que cantar: “Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos“.
La Plegaria Eucarística II suplica: “Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra (…), llévala a su perfección [a su plenitud] por la caridad“.
El texto de Pablo, segunda lectura, es una “doxologia” a la Sabiduría de Dios donde cabe destacar las palabras: “Porque de Él, por Él y para Él existe todo“.
Él es el origen, el camino a transitar y la plenitud de todo.
De manera ordenada, todo debe volver a Él, único principio, medio y fin.
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2020, Liturgia fovenda, p.333s)