2020 – EPIFANÍA DEL SEÑOR
Si Navidad es un misterio de la intimidad, la Epifanía es un toque de trompetas.
Un anuncio.
El Hijo que nos ha sido dado está llamado a ser luz para a todos los pueblos.
La Epifanía es una de las grandes solemnidades de la Iglesia, resplandeciente de la luz pascual.
“¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira, las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti“.
La lectura de Isaías es una exaltación de la gloria del Señor que amanece sobre la ciudad santa de Jerusalén.
El profeta dice a la Iglesia: “Levanta la vista en torno a ti, mira: todos esos se han reunido, vienen a ti: tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos.
Es el misterio de la Iglesia que hoy, radiante de júbilo, se sabe lugar de encuentro y de unión de toda la humanidad en Cristo.
La Iglesia es y será por todas partes el sacramento del Hijo predilecto del Padre, en sus hijos e hijas dispersos por el mundo, que guiados por la estrella de la fe se levantan, se ponen en camino, en una inmensa peregrinación, para contemplar un día la hermosura infinita de su gloria (oración colecta) y en este su camino se manifiestan como heraldos del Señor de la gloria.
Este es el mensaje: “Dios se ha hecho hombre para que el hombre llegue a ser hijo de Dios“.
Por ello, la Epifanía es realmente una jornada misionera, un inicio de evangelización, que por naturaleza siempre es nueva.
Lects. bíblicas: Misa: Is 60, 1-6; Sal 71, 1-2. 7-8. 10-11. 12-13; Ef 3, 2-3a. 5-6; Mt 2, 1-12
Mateo es un gran teólogo y la narración de los magos es Evangelio, anuncio de salvación, hecho relato.
Los magos representan los paganos, que descubren -por la fe y escrutando los cielos- que la luz que han visto en el oriente (anatolê) se manifiesta en el niño Jesús nacido en Belén.
El oriente es el lugar del nacimiento de la luz “oriens ex alto“.
Cuando lo encuentran la alegría es “inmensa“.
Con sus dones anuncian la realeza del Niño: entre estos obsequios, destaca la ofrenda de la mirra, que significa ya la sepultura real del Mesías y, con ésta, el Misterio de la Pascua.
Cuando los magos llegan donde está el Niño, tienen la certeza de que han llegado al lugar donde tenían que llegar.
El evento es claramente simbólico: anuncia y preludia la elección de los paganos, más de una vez Jesús encontrará en ellos una fe más grande que la de Israel.
La lectura de Isaías es una verdadera oda, un tipo de pregón de Epifanía.
La Iglesia, Jerusalén, no tiene luz propia, pero ahora ha llegado su luz y ha amanecido sobre ella “la gloria del Señor“.
Por esta razón, únicamente por esta razón, la Iglesia puede contemplar cómo los pueblos “caminan a su luz, al resplandor de su aurora“.
Se trata del nuevo pueblo de Dios, elegido entre todos los pueblos de la tierra, de la que los magos son las primicias.
La Iglesia, según Pablo, ha conocido el “Mysterium“.
Sólo la Iglesia de Cristo en la fe ve la estrella que resplandece en Cristo y cómo su claridad resplandece en el mundo entero.
La estrella es Cristo: “la estrella de la mañana” (Ap 2,28; 22,16), “la estrella de Jacob” (Nm 24,17) y la estrella fulgurante o “relámpago” de la parusía (Mt 24,27).