2020 – LA CUARESMA. LA IGLESIA EN ÉXODO
La Cuaresma es sobre todo un itinerario catecumenal.
Sólo desde la clave de la celebración de los Sacramentos de la Iniciación, ya sean recibidos, catecúmenos, o renovados, fieles, en la Noche de Pascua, se comprende el guión de la disposición del Leccionario, el rezo de los Salmos y la rica eucología del Misal y de la Liturgia de las Horas para este tiempo, realmente fuerte.
Tanto los catecúmenos como los fieles deben participar del Misterio de la Muerte y de la Resurrección del Señor.
Es un morir a la condición de la humanidad del primer Adán, destinado a la muerte, y resucitar con Cristo a la vida nueva con la recepción de la gracia y de la vida de Dios.
Esto marca también un itinerario penitencial, conversión personal y comunitària que se expresa en el arduo esfuerzo del ayuno, de la limosna y de la oración, como nos invita el mismo Señor al principio de la Cuaresma.
En la liturgia acogemos el don de la conversión. Ésta es siempre un don, nunca el resultado de un esfuerzo voluntarista: “Conviértenos a ti, Señor y seremos convertidos” (Lam 5,21).
Cuaresma es un tiempo de penitencia gozosa: convertirse al Señor es siempre una alegría.
Es el tiempo de experimentar el hambre de Dios en esta vida, recordando cada día los cuarenta días del Señor en el desierto, y por eso ayunamos.
Cuaresma es una continuada súplica de la gracia, tiempo de escuchar la Palabra de Dios y dejarse iluminar intensamente por ella.
La celebración litúrgica, tanto de la Misa como de las Horas, acompaña el camino de la conversión.
Una conversión que se debe pedir y recibir como un don.
En nuestra humanidad marcada por el pecado debe emerger la humanidad nueva que nace del Bautismo, sellada por la Confirmación, alimentada por la Eucaristía y reconciliada por la Penitencia.
Debemos orar unos por otros, haciéndonos la caridad de la oración de los unos por los otros.
Todo ello bajo el signo eclesial. Tanto para los fieles como para los pastores.
La naturaleza catecumenal queda subrayada en el hecho de que, en el ciclo A, las lecturas dominicales son marcadamente destinadas a los catecúmenos.
Los cinco Domingos de Cuaresma presentan Cristo como a fortiori de lo que de Él será manifestado en la Noche de Pascua: vencedor del mal, transfigurado en la gloria, fuente del agua de vida por el Espíritu Santo, luz del mundo y resurrección de todos.
Todos los temas cristológicos convergen en la liturgia de la noche de Pascua.
En la forma en que la santa Iglesia lee la Escritura encontramos siempre círculos cada vez más convergentes y concéntricos alrededor de Cristo glorificado.
Este esquema se reproduce también en los otros ciclos (B y C) desde ópticas diferentes.
También las primeras lecturas de los Domingos cuaresmales evocan los acontecimientos y profecías del pueblo de la fe: creación, Abrahán, Moisés, David, Profetas.
Este mismo esquema será reproducido en la liturgia de la Palabra de la Vigila Pascual.
Todo estaba orientado a la resurrección de Cristo y todo recibe luz, incluso lo que en el Antiguo Testamento estaba fragmentado y sin sentido, desde la resurrección de Nuestro Señor.
Lo que en Cuaresma se recibe, traditio symboli,, en Pascua será entregado al mundo, reeditio symboli: como servicio, como apostolado, como testimonio e incluso como martirio, siempre en el dinamismo del Espíritu Santo.
Cristo lleva a su consumación todas las alianzas, pero todo vuelve a empezar con Él, en una alianza nueva y eterna.
También universal.
Se requiere un poco de valor para entrar en la Cuaresma.
Es entrar en el “tiempo del deseo”, paso a paso con Cristo.
Entrar en su camino de amor, de muerte y de gloria.
Un camino que debemos transitar a la luz de la Palabra.
Hay que adentrarse en esta gracia de renovación.
Un camino por el que la Iglesia, con su sabiduría materna, marca nuestros pasos: tanto a los catecúmenos que caminan hacia el Bautismo, como a los fieles.
Y lo hace paulatinamente, Domingo tras Domingo.
El Miércoles de ceniza y el Domingo de las tentaciones (1º de Cuaresma) nos invitan a participar plenamente en la experiencia cuaresmal. Algo vital, porque es pasar de las cenizas de nuestra condición mortal a la gloria de la condición de “hijos e hijas en el Hijo”.
Jesús, vencedor en la tentación, nos une a su victoria.
Junto con los catecúmenos que serán bautizados la noche de Pascua, contemplamos la luz del Transfigurado (2º Domingo) y deseamos con todo nuestro ser el agua viva, que “se convertirá dentro de nosotros en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna” (cf. 3er Domingo).
En el camino, el Maestro se muestra cada vez más determinado a “volver a Judea“, a dirigirse hacia la Pascua y, sólo en la medida que contemplemos el don de Dios y nos dejemos llenar del Espíritu Santo, descubriremos -al igual que el ciego de nacimiento- que Jesús es la luz verdadera de nuestros ojos (4º Domingo), y escucharemos la voz del Señor que nos llama a “la resurrección y la vida” (5º Domingo).
Los libros del Éxodo y de los Números, el segundo Isaías, los Salmos, Ezequiel, la carta a los Hebreos… presentan la vida de la comunidad mesiánica en éxodo (también en el retorno del exilio y en la peregrinación anual a Jerusalén) como anuncio de la gran «panegyris», como una inmensa y vital reordenación de la humanidad, como una ininterrumpida procesión litúrgica de todo el pueblo de los redimidos.
Esta peregrinación fue prefigurada en la Pascua del éxodo de Egipto, realizada en la Pascua de Resurrección, y será consumada finalmente en el Reino.
Todo ello se realiza en una liturgia desarrollada por la mediación necesaria de Jesucristo Señor Resucitado y con la continua presencia, vivificante y santificadora, del Espíritu de Dios.
Cuaresma es la Iglesia en éxodo, hacia la Pascua, como canta bellamente el Prefacio V: “Tú abres a la Iglesia el camino de un nuevo éxodo a través del desierto cuaresmal“.
Texto de la mistagogia los Padres
“Siempre, hermanos, la misericordia del Señor llena la tierra y la misma creación es para cada fiel una verdadera enseñanza que le lleva a la adoración de Dios, ya que el cielo, la tierra y el mar y todo lo que contiene manifiestan la bondad y la omnipotencia de su Creador. La admirable belleza de todo lo que ha sido creado reclama a la criatura inteligente una acción de gracias. Sin embargo, ahora que se acercan estos días que preceden a la fiesta de Pascua, se nos exige con más urgencia una preparación y una purificación más grandes del corazón. Ya que es propio de la solemnidad pascual que toda la Iglesia disfrute del perdón de los pecados, no sólo aquellos que renacen en el agua del Santo Bautismo, sino también de aquellos que, desde hace tiempo, forman parte del número de los hijos adoptivos“.
De los sermones de San León Magno, papa (Sermón VI sobre la Cuaresma,
1-2: PL 54: 285-287)