2020 – PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
La fiesta de la Presentación del Señor no es propiamente mariana, sino cristológica.
Es una de las “Doce fiestas” de las Iglesias de oriente, celebrada allí con gran solemnidad, porque es la fiesta del encuentro del Señor con su pueblo.
Es realmente una fiesta ecuménica.
San Sofronio, Patriarca de Jerusalén, predicaba en el año 634: “Por eso vamos en procesión con antorchas en nuestras manos y nos apre- suramos llevando luces: queremos mostrar que la luz ha brillado sobre nosotros y significar la gloria que nos viene a través de Él. Por eso corremos juntos al encuentro del Señor“.
Es el Señor que toma posesión de su templo, anulando la gloria del primer templo.
Los Salmos 23 y 46 resuenan hoy con plenitud de significado.
María llevaba el verdadero templo de Dios en sus brazos: “la humanidad del Hijo de Dios“.
San Bernardo lo expresó admirablement : “Ofrece a tu hijo, santa Virgen, y presenta al Señor el fruto bendito de tu vientre. Ofrécelo, para reconciliación de todos nosotros: es la santa víctima agradable a Dios“.
La monición del Misal al inicio de la celebración es decisiva para a comprender el sentido de la fiesta: “También nosotros, unidos en el Espíritu Santo, vamos a la casa de Dios, al encuentro de Cristo, el Señor. Lo encontraremos y le reconoceremos allí en la fracción del pan hasta que venga de nuevo en gloria“.
Misa: Ml 3, 1-4; Sal 23, 7. 8. 9. 10; Hb 2, 14-18; Lc 2, 22-40 (o bien más breve:2, 22-32)
Este año, por ser Domingo, la Misa tiene tres lecturas y Credo.
Los padres de Jesús, con la ofrenda de los pobres en sus manos, para cumplir el precepto legal (Lc 2, 21), ya que él nació bajo la Ley (Ga 4, 4-6), lo presentan en el templo.
De hecho, Él toma posesión del templo, la casa de su Padre.
Él entra en su casa.
Simeón representa todo el pueblo que recibe, en la fe y en el Espíritu Santo, al Hijo, el Salvador que Dios había preparado: es “la Luz” que se revela “para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel“.
Es por Él que se han de levantar los dinteles y ensancharse las puertas, porque “va a entrar el Rey de la gloria“, como se canta maravillosamente en la Salmo responsorial.
La Iglesia, cada domingo y en cada eucaristía, sale al encuentro de su Señor y le reconoce en la Fracción del Pan.
De esta manera se presenta a nosotros: Resucitado y Glorioso.
Como el Esposo que llama a la Iglesia, su esposa, la alimenta con sus Misterios y la llena, ahora y siempre, de su Espíritu, suyo y del Padre: “Adorna tu tálamo, Sión, y recibe a Cristo Rey” (antífona segunda de la procesión, 3ª ed. Misal Romano).
Ahora el pueblo de la fe ya puede hacer el camino “en (la) paz“, porque los ojos de la fe “han visto a tu Salvador“.
El misterio es aún mayor porque el Niño es el Hijo primogénito “todo varón primogénito” que debía ser rescatado (consagrado) según la Ley, pero que de hecho prefigura el Cordero que rescatará a todos desde la Cruz.
Ésta será la espada que traspasará el corazón de María y de la Iglesia.
Será también “como un signo de contradicción” y motivo “para que muchos en Israel caigan y se levanten, revelando así los sentimientos de muchos corazones“.
El pueblo que sale al encuentro del Señor es representado por los padres del niño, por Simeón y Ana, y por “todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén“.
Ellos también nos representaban a nosotros que -como canta el Prefacio-: “salimos con gozo a recibir el Salvador“, en espera de su regreso glorioso.
La lectura del Evangelio -a modo de díptico- es iluminada por el Antiguo y el Nuevo testamento.
Se cumple la profecía de Malaquías: Jesús es “el mensajero de la alianza” que purifica el templo, pero es también el “sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo“.
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2020, Liturgia fovenda, p. 114s)