2020 – TIEMPO ORDINARIO (II)
Presentación del Leccionario Dominical (ciclo A): 2ª parte
Encontramos la conclusión en el Domingo XIII: los discípulos no deben tener miedo. La exigencia del seguimiento, del amor para con aquel que es su amor, es absoluta: deben amar al Señor por encima de todo y tomar su Cruz. Con todo, “un vaso de agua fresca” dado a ellos, por ser sus discípulos, no quedará sin “su recompensa“. Y quien los reciba a ellos, recibirá al Señor y al Padre que lo ha enviado.Por razón de los Domingos ocupados por las solemnidades de la Santísima Trinidad y del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, el Leccionario dominical se reanuda el Domingo XII del Tiempo ordinario, donde encontramos la parte final del “discurso de la misión“. Es el 2º Discurso (Mt 9, 35-11, 1).
El Domingo XIV escuchamos el “iubilus” del Mesías. Jesús exulta por la fe de los sencillos de corazón: esto constituye la complacencia, “eudokia” del Padre del cielo. Somos invitados a convertirnos en discípulos de Aquel que es manso y humilde de corazón.
Es un texto magnífico, importantísimo, que expresa la relación íntima de conocimiento y de amor entre el Hijo y el Padre.
Los Domingos XV, XVI y XVII se proclama en el Evangelio la enseñanza en parábolas del capítulo 13 de Mateo (3r Discurso: “de las parábolas”. Se escuchan: la parábola del sembrador, Domingo XV; la cizaña y del trigo, Domingo XVI; y las tres parábolas del tesoro escondido, de la perla preciosa y de la gran red del Reino, Domingo XVII. En este último, se incluye la conclusión del “discurso en paràboles“: como palabras de un maestro de la Ley, Jesús saca “de su tesoro lo nuevo y lo antiguo“.
En todos estos tres Domingos se da la posibilidad de la lectura breve, pero omitir la versión larga es siempre una equivocación y no tiene sentido calificar la explicación de la parábola-dada por el Señor mismo- como algo simplemente redaccional, como si no fuera también “Verbum Dei“, Palabra de Dios.
El Domingo XVIII leemos el relato de la multiplicación de los panes. En el tiempo del ministerio itinerante, Jesús multiplica el pan para una multitud de pobres, de quienes se compadece: “estamos en despoblado“. El relato adquiere un claro sentido pascual y eucarístico.
El Domingo XIX, Jesús caminando sobre las aguas.
Y el Domingo XX, la curación de la hija de la mujer cananea.
Ambos Domingos proclaman la victoria de Cristo sobre el mal, el caos marítimo, y en la posesión de la niña, hija de una mujer extranjera. En ambos casos es necesaria la fe para acceder al Reino de Dios: la de Pedro en el mar, y la audacia de una mujer que no pertenece a Israel.
Propiamente, son los dos únicos “milagros-signos” que escuchamos en la lectura evangélica del ciclo A, y son claramente insuficientes desde el punto de vista de la armonía del evangelista Mateo, que presenta la predicación de Jesús sobre el Reino, no únicamente con palabras, los discursos “didascálicos“, sino con obras.
Alrededor del relato de la Transfiguración (que desgraciadamente no se lee este año), en el Domingo XXI encontramos la profesión de fe de Pedro. Es el Evangelio del primado de Pedro: Jesús menciona su Iglesia, edificada sobre la fe de “la Roca” “Petrus” y de los discípulos.
El Domingo XXII menciona el primer anuncio de la Pasión y Resurrección, donde la oposición de Pedro provoca la orden revulsiva de Jesús, “¡Ponte detrás de mí, Satanás!“, seguida de la invitación a tomar la Cruz para seguirle, teniendo como horizonte la venida del “Hijo del hombre“, su Reino.
El Domingo XXIII se lee un breve fragmento del 4º Discurso “discurso eclesiástico“, referente a la vida de la comunidad: la corrección fraterna, la disciplina penitencial, “atar y desatar” y la presencia de Cristo en medio de la comunidad reunida en su Nombre. El Señor pone los fundamentos de la vida eclesial y de los criterios para vivir en la comunidad del nuevo Israel de Dios.
El Domingo XXIV presenta la doctrina del perdón a los hermanos “setenta veces siete“, con la parábola de los diez mil talentos y el sirviente sin piedad. En el horizonte del Reino, hay que perdonar siempre a los hermanos y hermanas, a imitación del perdón divino.
El Domingo XXV contemplamos la parábola de los trabajadores de la última hora. En el Reino de Dios todo es gratuito y va más allá de lo debido y merecido. Todos hemos de ser trabajadores humildes de la viña del Señor y compañeros unos de otros. Nadie debe tener envidia de la generosidad que disfruta el otro, porque todos somos objeto de la generosidad infinita de Dios. Estas parábolas forman parte de la enseñanza de Jesús durante el camino a Jerusalén (Mt 16, 13-20, 34). Una y otra parábola están dirigidas a los discípulos.
Los Evangelios de los Domingos XXVI, XXVII y XXVIII pertenecen a la última predicación pública: en Jerusalén, en el Templo.
El Domingo XXVI escuchamos la parábola sobre los dos hermanos enviados a trabajar a la viña, y de cómo los publica- nos y las prostitutas “van por delante de” en el reino de los cielos.
El Domingo XXVII, la parábola también está dirigida a los interlocutores anteriores, sumos sacerdotes y ancianos: los labradores rebeldes, con el bellísimo canto a la viña de Isaías de la primera lectura.
El Domingo XXVIII, la apoteosis simbólica: la parábola de las bodas reales. Estas 3 parábolas tienen una dimensión cristológica importante, el Señor habla de sí mismo en las paràboles, y se convierten en una catequesis para la comunidad, sobre todo, una advertencia a “no ser como“. Todas están iluminadas por la fe pascual como clave última de interpretación.
El Domingo XXIX, el Evangelio se adentra en la cuestión del tributo al César.
Y el Domingo XXX versa sobre el mandamiento “principal y primero“. Ambas cuestiones están dirigidas a los fariseos. La primera se dirime a favor de Dios, el resto es todo idolatría, y el segundo se dirime en el mandamiento primero y más grande, acompañado del mandato que es “semejante a él“, de la misma identidad, sobre el amor al prójimo. Uno se verifica en el otro.
El Domingo XXXI se escucha un fragmento inicial del 5º Discurso, “contra la hipocresía y la soberbia“: el Señor denuncia a aquellos que “dicen, pero no hacen“. En contraste con el comportamiento altivo e hipócrita, los discípulos de Jesús andarán por el camino de la humildad y buscarán el último lugar para convertirse en servidores de todos, “todos vosotros sois hermanos“. Por eso no deben llamar a nadie “padre” aquí en la tierra, “uno solo es vuestro Padre, el del cielo“, y deben saber que sólo tienen un “maestro” y un guia, el mismo Cristo. Este año, por razón de la preeminencia litúrgica de la Solemnidad de Todos los Santos, este Domingo XXXI se suprime, pero hay que tenerlo presente para no perder el hilo de las lecturas.
Los tres últimos Domingos del año litúrgico, la lectura evangélica permanece ya bajo el signo de la “parusia” del Señor en la gloria de su Reino: se leen tres magníficas parábolas que tienen en común la exhortación a la vigilancia, a la fe activa y los dones de la fe y de la gracia que el Señor nos ha consignado y que reclamará al final de la historia.
El Domingo XXXII muestra la parábola de las diez vírgenes: el Señor es el Esposo que viene en el corazón de la noche y al que hay que salir a recibir con las antorchas de la fe encendidas.
El Domingo XXXIII, la parábola de los talentos que el Señor ha confiado según las capacidades de cada uno nos alerta.
Y el Domingo XXXIV, Solemnidad de nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, escuchamos la grandiosa parábola del Rey de la gloria que viene a juzgar según la misericordia ejercida hacia aquellos a quienes el Señor llama “mis hermanos más pequeños“, los sedientos, los hambrientos, los desnudos, los forasteros, los enfermos, los prisioneros.
La lectura evangélica está precedida por textos del Antiguo Testamento y un Salmo responsorial, escogidos siempre por la relación con el fragmento evangélico a proclamar. La selección, en general, es sabia y correcta: hay que tenerlo presente en la predicación.
Se establece la ley de que el Antiguo Testamento ayuda a interpretar el Nuevo Testamento, pero también sucede a la inversa: el Antiguo Testamento es iluminado desde el Nuevo como clave última de interpretación.
Esto concuerda aún más en el Evangelio de Mateo, donde a menudo aparecen las llamadas “formas de cumplimiento“.
Es un Evangelio escrito por un hebreo y destinado a unos hebreos, que sólo podían escuchar el anuncio de Jesús y de su Reino desde la Escritura como mediación y testimonio de Él.
El ciclo de la segunda lectura (la lectura apostólica) nos acerca de manera semi continuada al contenido de la carta a los Romanos:
- Domingo XII : Jesús, el nuevo Adán.
- Domingo XIII: la catequesis de Pablo sobre el B
- Domingo XIV: unos versículos del capítulo 8 sobre las “miras naturales y las del Espíritu“.
- Desde el Domingo XV hasta el Domingo XVIII escuchamos el denso capítulo 8º.
- Domingos XIX y XX: sobre la elección de
- Domingo XXI: himno del Apóstol a la sabiduría de
- Domingo XXII: los primeros versículos del capítulo 12º, donde se nos pide que ofrendemos al Señor todo lo que somos, “como sacrificio vivo“.
- Los Domingos XXIII y XXIV: continúa la parénesis apostólica, la caridad que consuma toda la Ley, y la certeza de que “ya vivamos ya muramos, somos del Señor“.
- A partir del Domingo XXV se leen de manera semi continuada fragmentos de la carta a los
- Desde el Domingo XXIX hasta el Domingo XXXIII, también de manera semi continuada): fragmentos de la primera carta de Pablo a los Los textos seleccionados de una y otra carta expresan suficientemente la doctrina propia de estos escritos apostólicos.
Según la oportunidad, la disposición y el nivel teológico de los fieles es conveniente tomar como hilo de la predicación la enseñanza apostólica Domingo tras Domingo. Conviene hacerlo, pero de manera excepcional, algún año.
Asimismo, no debe forzarse una lectura armónica de las tres lecturas, porque simplemente no es lo que está previsto.
Los fragmentos de la carta a los Romanos son densos teológicamente: la inserción de la casi totalidad del capítulo 8º es un tesoro en vistas a contemplar la vida nueva del cristiano en el Espíritu, en la oración y en la caridad. Una vida, en definitiva, pascual.
La carta a los Filipenses respira el gozo y el afecto entrañable del apòstol, se llama “la carta de la alegría”.
La carta a los Tesalonicenses, el primer escrito del Nuevo Testamento, está empapado de la tensión, llena de esperanza, del regreso del Señor.
De la mistagogia los Padres
“Cuando el Espíritu establece su estancia en un hombre, éste ya no puede dejar de rezar, porque el Espíritu no cesa de orar en él. Duerma o vele, la oración no se separa ni se aleja de él. Mientras bebe, come, descansa o trabaja, el perfume de la oración exhala de lo más profundo de su alma. De ahora en adelante, ya no reza sólo en determinados momentos, sino en todo tiempo. Los movimientos de la inteligencia purificada son voces mudas que cantan en lo más secreto de su corazón una salmodia al Invisible“.
Isaac de Nínive, monje y obispo (s. VII)
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2020, Liturgia fovenda, p.249)