2019 – ASCENSIÓN DEL SEÑOR
El Domingo de la Ascensión del Señor debe ser solemnizado máxime, ya que proclama el artículo de la fe: Sedet ad dexteram Patris.
La humanidad ha sido glorificada en Él.
Aquel que vino nudus ha vuelto al Padre vestido de nuestra humani- dad. Ahora, ¡Él es nuestro cielo! ¡Estar con Cristo es estar ya en el cielo!
¿Quién no recuerda el sermón de San Agustín: “Mientras Él está, sigue estando con nosotros; ¡y nosotros mientras estamos aquí, podemos estar ya con Él, allí! Él lo realiza con su divinidad, su poder y su amor; nosotros, en cambio, aunque no podemos hacerlo como Él en la divinidad, sí lo podemos hacer con el amor” (Sermón de San Agustín sobre la Ascensión del Señor).
Con su gloriosa Ascensión tenemos la certeza de que “donde ya se ha adelantado gloriosamente nuestra Cabeza, esperamos llegar también los miembros de su cuerpo” (colecta).
Sabemos que “no se ha ido para desentenderse de nuestra pobre- za, sino que nos precede el primero como Cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su Cuerpo vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino” (prefacio I de la Ascensión del Señor).
El Señor volverá y todo lo que hemos sembrado con lágrimas, lo recogeremos entre cantos de alegría.
Y el gozo será inmenso.
Los pobres de nuestro Señor serán reivindicados y los que han sido primeros en este mundo, cuando Él venga, serán los últimos.
La Iglesia será finalmente santificada y presentada sin mancha al Padre (Ef 5,27).
La III edición del Misal Romano ha enriquecido esta solemnidad con la Misa de la Vigilia propia, que debe celebrarse antes o después de las I Vísperas de la Ascensión (pág. 362).
El relato de la Ascensión del Señor lo encontramos preciosamente relacionado con la primera lectura y con el Evangelio. Ambos son escritos del mismo evangelista.
La pasión y la resurrección de Cristo culminan con la misión universal confiada a los discípulos.
La aparición del Señor tiene un contexto litúrgico: Jesús se despi- de de los suyos con la bendición, como el gran sacerdote cuando entraba en el lugar santísimo del templo.
Es un gesto típicamente sacerdotal: “Levantando las manos los bendijo“.
Esto permite a Lucas relacionar el final del Evangelio con el principio. Lucas cierra su evangelio en el templo, allí donde lo había comenzado (Lc 1,7-8).
Los apóstoles retornan a la ciudad con alegría: saben que el Señor está con el Padre, que les ha sido prometida la fuerza que viene de lo alto.
Saben que Él volverá. Ellos también tienen un proceder litúrgico y en el templo bendicen a Dios.
La bendición del Señor es ya la donación del Espíritu Santo.
Cristo resucitado tiene ahora una función sacerdotal. Es el cumpli- miento de la promesa hecha a Abrahán (Hch 3,25).
La Iglesia tendrá que vivir, hasta que el Señor vuelva, bajo el signo de esta bendición.
El Salmo que secularmente se ha aplicado al misterio que hoy celebramos canta el gozo de la Ascensión de Jesús al Padre.
Cristo resucitado que asciende debe ser alabado por el más bello de los himnos: “Pueblos todos batid palmas“.
Texto de la mistagogía de los Padres:
“El Señor ha ascendido a los cielos para enviar el Paráclito al mundo.
En el cielo han preparado su trono, las nubes son el carruaje sobre el cual asciende; los ángeles se llenan de estupor viendo un Hombre por encima de ellos.
El Padre recibe Aquel que, desde la eternidad, habita en su seno.
Señor, cuando los apóstoles vieron como te elevabas sobre las nubes, entre lágrimas, llenos de tristeza, decían: “Oh Señor, no dejes huérfanos a tus siervos, y Tú, oh bondadoso, envía, como prometiste, el Espíritu Santísimo para iluminar nuestras almas“.
Tropario de la Ascensión en el rito bizantino