2019 – DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO
Domingo del inicio del camino a Jerusalén.
Se cumple el tiempo y Jesús toma la decisión de encaminarse a Jerusalén para cumplir con el éxodo que se debe hacer en la ciudad santa (9,31).
Lucas ya expresa la fe pascual con las palabras: “cuando se completaron los días en que iba a ser llevado a cielo“.
“En el camino” los samaritanos no lo recibieron; la reacción de Santiago y Juan es violenta: que caiga fuego del cielo (como Elías), pero Jesús les regaña y se van a otro lugar.
En el camino aparecen tres candidatos al seguimiento.
Al primero se le dice que el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza (el único lugar donde finalmente reclinará su cabeza es en el árbol de la cruz).
Al segundo, que quería ir a enterrar a su padre (por tanto, ser heredero), se le dice que deje que los muertos entierren a sus muertos.
Los muertos son los mortales que no aceptan el Reino y su vida, y se entierran unos a otros.
Al tercero que quería ir a despedirse de su familia se le dice: “Nadie que pone la mano en el arado y mira atrás vale para el Reino de Dios“.
Como una anticipación de las palabras del apóstol: “Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante (Flp 3,13).
En la segunda lectura escuchamos la doctrina sobre la libertad cristiana: “Habéis sido llamados a la libertad“.
Una libertad que está al servicio del amor: “Sed esclavos unos de otros por el amor“.
Una libertad que no es libertinaje: no vale ser libre en Cristo y ser esclavos de la carne (todo lo mundano).
La asamblea canta en el Salmo: “Tú eres, Señor, el lote de mi heredad“. Su posesión, su patria y su plenitud: Ta face est ma seule patrie, decía santa Teresa de Lisieux.
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2019, Liturgia fovenda, p. 233-4).