2019 – DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO
Domingo del juez sin entrañas.
El Señor en el camino hacia Jerusalén enseña que debemos orar siempre y sin cansarnos.
De hecho, expresa su interior: Él vivía constantemente unido al Padre en el Espíritu Santo en un diálogo de oración y de contemplación.
Como siempre, lo explica a través de la parábola del juez inicuo, sin entrañas y sin temor a Dios, capaz de escuchar a una viuda, una pobre, sólo por su empeño u obstinación, y de hacerle justicia sólo para quedar tranquilo.
Si un insignificante juez de la tierra es capaz de hacer esto, por contraste, ¿qué no hará el juez de los jueces, Dios mismo, en favor de sus elegidos, sus predilectos que le suplican?
Unos elegidos que claman “día y noche“, esto es, siempre.
La perícopa termina sorprendentemente con la misteriosa sentencia: “Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿ encontrarà esta fe en la tierra?“
Con ello manifiesta que la oración es la expresión de la fe, sin oración no hay fe.
De ahí la necesidad de orar siempre.
La imagen de Moisés levantando los brazos para interceder y hacer penitencia por el pueblo que combate es muy elocuente.
En la Iglesia habrá siempre quienes en el claustro o en la soledad de su habitación rezarán por quienes luchan, y harán penitencia.
Estos deberán ser sostenidos por todos, de lo contrario todo se convierte en un activismo sin gracia.
Todos debemos orar y ayudar a los demás a perseverar en la oración en los combates que la Iglesia debe sostener a cada tiempo.
Ella que debe proclamar la palabra del Evangelio, “a tiempo y a destiempo“, según exhorta Pablo a Timoteo.
La Iglesia sabe también que el auxilio le viene del Señor “que hizo el cielo y la tierra“, según cantamos en el Salmo.