TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR – 6 de agosto
Los Padres de la Iglesia, especialmente los de oriente, y la exégesis actual interpretan el sentido teológico de la Transfiguración del Señor como anticipación del Misterio Pascual y como confirmación de la misión que Jesús había recibido en el bautismo del Jordán.
Al mismo tiempo, como anuncio de la transfiguración de nuestra humanidad a semejanza de su cuerpo glorioso.
Tal como el Prefacio canta: “Y manifestar que, en el cuerpo de la Iglesia entera, se cumplirá lo que, de modo maravilloso, se realizó en su Cabeza“.
Una vez más todas las Iglesias celebran unánimemente esta fiesta y reencuentran, al menos en la celebración litúrgica, la unidad.
Gozan de la Luz increada, el Espíritu Santo, que se manifiesta en la luz resplandeciente y procedente del interior del cuerpo del Señor, en la voz del Padre y en el testimonio de la Ley y los profetas.
El Padre revela al Hijo, y el Hijo revela al Padre y sólo el Espíritu de ambos nos introduce en su misterio de Amor y en la “luz tabórica“.
La clave de interpretación es siempre la misma: la Resurrección del Señor.
El leccionario propone para cada uno de los tres ciclos (A, B, C) el Evangelio sinóptico correspondiente, con los matices propios que hay que hacer notar en la predicación.
La fiesta se celebra idealmente cuarenta días después de Pentecostés, como cuarenta días después se celebra la Exaltación de la Santa Cruz.
Todo está bajo el signo de la manifestación de Dios Trinidad.
De la tradición litúrgica
Cuando te transfiguraste, oh Cristo, Dios nuestro, en la montaña, revelaste tu gloria a los discípulos, según ellos podían soportar. Resplandezca tu excelsa luz sobre nosotros, pecadores, por las oraciones de la Virgen;Tú que nos regalas el don de la luz, ¡gloria a ti, Señor!
Tropario bizantino de la fiesta
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2020, Liturgia fovenda, p.314)