2022 – II SEMANA DE ADVIENTO
LUNES
Misa: Is 35, 1-10; Sal 84, 9abc y 10. 11-12. 13-14; Lc 5, 17-26
La profecía de Isaías es exultante y anima la esperanza del pueblo con expresiones bellísimas.
He aquí que el desierto se convierte en un jardín en fiesta.
Por eso las “manos débiles” han de robustecerse mediante la oración, y el desánimo en el camino, “las rodillas vacilantes” se ha de superar.
Hay que ser valientes y retomar el coraje.
En medio del desierto, el Señor ha abierto la “Vía sacra” para subir y entrar en Sión “con cantos de jubilo“.
Allí “habrá gozo y alegría, y quedarán atrás la pena y la aflicción“.
Todo esto se cumple en el Señor Jesús, Dios que viene a salvar: en el Evangelio, Él mismo enseña la Nueva Ley, cura a los enfermos… entre ellos al paralítico al que perdona los pecados y hace caminar.
De este modo, su gloria llena el país: en Cristo “la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo“.
MARTES
Misa: Is 40, 1-11; Sal 95, 1-2. 3 y 10ac. 11-12. 13; Mt 18, 12-14
La profecía de Isaías es de una gran belleza.
Es el comienzo del “libro de la Consolación” de Israel.
Ciertamente Dios consuela a su pueblo y le dice que ha su- frido más de lo necesario y de lo debido: “Se ha cumplido su servicio y está pagado su crimen“.
Desde el perdón de Dios comienza el camino de regreso, y el mensajero puede proclamar la Buena Nueva: Dios viene a salvar a su pueblo.
“Viene con él su salario“, los dones de la resurrección y “su recompensa lo precede“, la misericordia y el perdón”.
La imagen tan bíblica del pastor aplicada a Dios se plasma en la “parábola del buen pastor”, donde el Señor asegura: “No es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños“, todo esto el Señor lo realiza para nosotros y en nosotros.
Esta es la razón de poder cantar el “cántico nuevo” delante del Señor que viene, por quien “el cielo se alegra, goza la tierra“.
MIÉRCOLES
SAN AMBROSIO, obispo y doctor de la Iglesia
El santo obispo Ambrosio murió en Milán la noche del 3 al 4 de abril del año 397.
Era la madrugada del Sábado Santo.
El día antes, alrededor de las cinco de la tarde, comenzó a rezar, acostado en su cama, con los brazos abiertos en cruz.
Por lo tanto, participó, durante el Triduo Pascual solemne, de la Muerte y Resurrección del Señor.
“Vimos que sus labios se movían“, atestigua Paulino, el diácono fiel que, por invitación de Agustín, escribió su vida, “pero no se oía su voz“.
De repente, la situación pareció precipitarse y Honorato, obispo de Vercelli, le presentó el Cuerpo del Señor.
Apenas lo tomó, Ambrosio entregó su espíritu.
Misa: Is 40, 25-31; Sal 102, 1bc-2. 3-4. 8 y 10; Mt 11, 28-30
El oráculo de Isaías es un poema bellísimo.
Yahvé es el Dios creador que “despliega su ejército al completo y a cada uno convoca por su nombre“, pero es tam- bién el Dios Salvador que conoce el destino de cada existencia y, además, es el que da la fuerza.
El Señor regala la fuerza de la juventud a su pueblo: “Los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan“, como atletas en la carrera maravillosa hacia Dios.
Todo esto se realiza en aquel que nos ha invitado a aceptar su yugo, el del amor: en Él, “manso y humilde de corazón“, en- contramos el reposo que tanto deseábamos.
La Iglesia, toda ella hechizada por este misterio, se siente rescatada de la muerte y, saciada de su amor, no puede sino bendecir al Señor: “Bendice, alma mía, al Señor“.
¡Es el corazón y el alma de la Iglesia quien bendice al Se
JUEVES
INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA
Patrona de España
“Santa María Madre de Dios“.
Desde los primeros siglos, la Iglesia formuló en su oración la esencia de su fe en la Madre de Jesús (Concilio de Éfeso, 431dC).
Pero tardó siglos en ir descubriendo, asombrada y poco a poco, las maravillas de la gracia contenidas en estas palabras que brotan de los labios del pueblo cristiano.
San Ireneo tuvo un presentimiento de la Inmaculada Concepción de María, cuando descubrió en ella “la nueva Eva“.
No fue hasta el siglo XV que la Iglesia cantó adecuadamente en el Prefacio de la fiesta de hoy estas palabras: “Porque preservaste a la santísima Virgen María de toda mancha de pecado original, para preparar en ella, enriquecida con la plenitud de tu gracia, la digna madre de tu Hijo“.
Se manifiesta así la simbiosis entre la “lex orandi” y la “lex credendi“.
La fórmula es tan completa que tuvo que repetirse casi palabra por palabra en la definición dogmática del Papa Pío IX de 1854.
Como su Asunción, la Inmaculada Concepción de María se fundamenta en su maternidad divina.
María es, en su Inmaculada Concepción, la imagen anticipada de la Iglesia, la bella esposa, “sin mancha ni arruga, santa e Inmaculada” (Ef 5,27).
También el Prefacio canta que la Inmaculada Concepción muestra el comienzo de la Iglesia.
Ciertamente: ella es la primera cristiana, la primera que cree en Jesucristo.
El primer sí al Señor.
El “Hágase” de María en la Anunciación va por delante de la fe de todos los cristianos.
Ella inaugura la fe del Nuevo Testamento.
En 1760, el Papa Clemente XIII, a petición de Carlos III, declaró a la Virgen María en el misterio de su Purísima Concepción como Patrona de los reinos de España.
Misa: Gén 3, 9-15. 20; Sal 97, 1bcde. 2-3ab. 3c-4; Ef 1, 3-6. 11-12; Lc 1, 26-38
En la Liturgia de la Palabra se proclama el relato de los orígenes.
Desde el principio la humanidad es pecadora, pero también desde el principio hay una promesa de salvación.
La primera Eva anuncia ya el misterio de la segunda Eva.
Como dice el conocido texto de San Ireneo: “Lo que la Virgen Eva había atado en la incredulidad, la Virgen María lo ha desatado por la fe“.
Pablo, exultante, entona un himno de alabanza al Padre: “nos ha destinado por medio de Jesucristo a ser sus hijos para alabanza de la gloria de su gracia que nos ha concedido en el Amado“.
La predestinación de María desde el primer momento de su concepción anticipa este misterio y en ella se realiza perfectamente (CCE 492).
En el Evangelio se proclama la Anunciación.
María es principalmente el Arca de la Nueva Alianza cubierta con la gloria de Dios: “La fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra“.
La Anunciación del Señor es el primer icono de la Trinidad del Padre que envía a su Hijo en el Espíritu Santo.
Y María es el “Nobile totius triclinium Trinitatis“, palabras inscritas como título en el insuperable cuadro de Fray Angélico.
María da la respuesta humilde de la fe: “Hágase en mi según tu palabra“.
Esa misma respuesta es la que debe dar la Iglesia y cada uno de los creyentes.
En su conocida oración “Elevación a la Santísima Trinidad“, la santa carmelita sor Isabel de la Trinidad exclamará: “Oh, Fuego abrasador, Espíritu de Amor, desciende sobre mí para que en mi alma se realice como una encarnación del Verbo. Que yo sea para Él una humanidad suplementaria en la que renueve todo su Misterio“.
¡Oh Virgen, por tu bendición queda bendita toda criatura!
“El cielo, las estrellas, la tierra, los ríos, el día y la noche, y todo cuanto está sometido al poder o utilidad de los hombres, se felicitan de la gloria perdida, pues una nueva gracia inefable, resucitada en cierto modo por ti ¡oh Señora!, les ha sido concedida. Todas las cosas se encontraban como muertas, al haber perdido su innata dignidad de servir al dominio y al uso de aquellos que alaban a Dios, para lo que habían sido creadas; se encontraban aplastadas por la opresión y como descoloridas por el abuso que de ellas hacían los servidores de los ídolos para los que no habían sido creadas. Pero ahora, como resucitadas, felicitan a María, al verse regidas por el dominio y honradas por el uso de los que alaban al Señor (…). Ante la nueva e inestimable gracia, las cosas todas saltaron de gozo, al sentir que, en adelante, no sólo estaban regidas por la presencia amorosa e invisible de Dios su creador, sino que también, usando de ellas visiblemente, las santificaba. Tan grandes bienes eran obra del bendito fruto del seno bendito de la bendita María“.
San Anselmo de Canterbury, Sermón 52 (PL 158, 955-956)
VIERNES
Misa: Is 48, 17-19; Sal 1, 1-2. 3. 4 y 6; Mt 11, 16-19
Se dice que San Francisco de Asís decía a sus hermanos: “Si supiéramos adorar a Dios tendríamos la tranquilidad y la paz de los grandes ríos que van hacia el mar“.
Si supiéramos escuchar la Palabra de Dios, la felicidad se desbordaría “como un río y como las olas del mar“.
Es una preciosa imagen de Isaías.
Es lo mismo que nos dice Jesús en el Evangelio, cuando denuncia el comportamiento de sus seguidores como eternos adolescentes, ahora quieren jugar, ahora no.
Actuando así, nunca descubrimos que las “obras” del Mesías, su Pasión, “acreditan la sabiduría“.
Es auténtica porque es la sabiduría del Padre.
Por eso el que lo sigue tiene “la luz de la vida“, como cantamos en el Salmo responsorial.
La vida del enamorado de la Palabra está llena de fecundidad: “tu descendencia como la arena, como sus granos, el fruto de tus entrañas“.
SÁBADO
Misa: Eclo 48, 1-4. 9-11b; Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19; Mt 17, 10-13
Elías, el profeta de fuego, es elogiado en la lectura de Jesús, hijo de Sira.
Elías, arrebatado “en un carro de caballos de fuego“, es llevado hacia Dios, pero la Escritura dice que volverá para “aplacar la ira” antes de que estalle.
Por ello serán felices los que sean testigos de su regreso.
En el Evangelio, Jesús nos dice que Juan el Bautista es Elías, el profeta que había de venir a prepararlo todo, pero sin embargo no ha sido reconocido: “han hecho con él lo que han querido“, es decir, sin miramientos.
También el Hijo del hombre será tratado así.
De esta manera son tratados los hombres y mujeres de Dios, los profetas y profetisas, no sólo en el mundo, sino, incluso, en la Iglesia.
En el Salmo responsorial, el más propio de Adviento en la tradición litúrgica, suplicamos que Dios nos restaure: “que brille tu rostro y nos salve“.
Es lo mismo que pedimos en la oración colecta de hoy: “Ven, Señor, tú que te sientas sobre querubines, muéstranos tu rostro y sálvanos“.
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2023, p.47)