2019 – DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO
Domingo del discurso de la misión.
Como un ensayo de la misión general que vendrá después, a semejanza de Moisés, Jesús organiza una misión con setenta y dos discípulos: ellos deben ser heraldos de su presencia.
Los envía de dos en dos para que su testimonio sea válido.
Los envía sin nada y a cambio de nada. Irán inermes, como corderos en medio de lobos, para que aprendan a participar de la identidad de quien es el Cordero de Dios.
La pobreza más absoluta será su credencial. No tienen nada que sea suyo, todo lo han recibido.
Su riqueza es el Evangelio que proclamarán.
Deberán proclamar la paz mesiánica (shalom) y los hijos de la paz los recibirán en su casa.
Su presencia será una bendición para sus habitantes.
Ellos acompañarán el anuncio del Reino con las obras de misericordia y su autoridad sobre el mal.
Si no los reciben tendrán que ir a otro lugar, y dejarlos al juicio de Dios sin que quede en su corazón ningún resentimiento (por eso hay que sacar el polvo del calzado).
La misión parece exitosa y vuelven llenos de alegría y explican a Jesús todo lo que les ha sucedido (al Señor hay que explicarlo todo).
Jesús hace aquí una revelación determinante: “Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo“.
Cuando el Evangelio es anunciado, el Mal radical, el Maligno, es derrotado.
La alegría de los discípulos no debe radicar sólo en esto, sino porque sus nombres están inscritos en el cielo.
La misión de los discípulos y el anuncio de la paz son el cumplimiento de la profecía del III Isaías (primera lectura).
Desde el seno de la Iglesia fluye el amor de Dios que se manifiesta como paz para el mundo: “como un torrente en crecida“. Es también con un deseo de la paz y de la misericordia de Dios que Pablo concluye la carta a los Gálatas, que escuchamos hoy.
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2019, Liturgia fovenda, p. 241)