2019 – DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO
Domingo de la parábola del administrador tramposo.
La profecía de Amós sitúa fuera de la alianza a los hombres corruptos y deshonestos que tratan a los pobres como una mercancía.
En el Evangelio escuchamos la sorprendente parábola del administrador tramposo.
Su interpretación no es fácil. Hay que escucharla como un enigma a descifrar.
La clave de interpretación son estas palabras: “Ganaos amigos con el dinero de la iniquidad, para que, cuando os falte os reciban en las moradas eternas“.
Estos amigos, sin lugar a duda, son los pobres, y las moradas eternas son el cielo de Dios.
Es como decir: “Imitad a este administrador; sed amigos de los que un día, cuando os encontréis en necesidad, os acojan”.
Su calculada astucia radica en que, cuando sea despedido, encuentre acogida en casa de los deudores, a los que ha perdonado parte de lo que estos debían a su dueño.
Estos amigos poderosos, se comprende, son los pobres, ya que Cristo considera dado a Él en persona aquello que se da al pobre.
“Los pobres, decía San Agustín, son, si lo deseamos, nuestros mensajeros“: nos permiten transferir, desde ahora, nuestros bienes a la morada que se está construyendo para nosotros en el más allá.
El Señor, es evidente, no alaba el arreglo del administrador injusto, sino su astucia, y llega a esta conclusión: “Los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz“.
El Señor invita a la sagacidad que hay que tener para recibir el Reino de Dios, y proclama el valor relativo del vil dinero, y claramente advierte: “No podéis servir a Dios y al dinero“.
Las riquezas y Dios se excluyen mutuamente, “oración y regalo no se compadecen“, decía santa Teresa de Ávila.
La palabra que usa para decir dinero (“mammona”) es de origen fenicio y evoca seguridad económica y éxito en los negocios.
Podríamos decir que la riqueza se presenta como el ídolo al que se sacrifica todo para conseguir el éxito material; así, este éxito económico se convierte en el verdadero dios de una persona.
Por tanto, hay una decisión fundamental para escoger entre Dios y las riquezas; hay que optar entre la lógica del lucro como criterio último de nuestra actividad, y la lógica del compartir y de la solidaridad.