2019 – DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO
Domingo de los siervos sin ningún mérito.
El profeta Habacuc fue contemporáneo a Jeremías y profetizó en Israel a inicios del siglo VI a.C.
En la lectura proclamada se recoge la sentencia: “el justo por su fe vivirá“, que será una de las claves de la teología paulina.
Es la fe que los apóstoles piden al Señor que acreciente: “Auméntanos la fe“.
Si piden al Señor la fe, significa que ésta es un don.
La piden para el camino hacia Jerusalén en seguimiento de Él.
La respuesta de Jesús es, como siempre, indirecta y narrativa con las imágenes del grano de mostaza y de la morera plantada en el mar.
Les responde: “Si tuviérais fe …
Una fe que ya poseen, son apóstoles, y que primeramente es una insinuación del corazón, un asentimiento, un inicio que se abre a
posibilidades sorprendentes e infinitas, ya que para Dios no hay nada impossible, por eso les pone un ejemplo absurdo: ¡un árbol plantado en el mar!
Dicha fe, o inicio de la fe, fue la que tuvo Abrahán para iniciar el camino hacia una tierra desconocida y únicamente prometida.
La fe por la que fue justificado (Rm 4,3).
La fe al mismo tiempo nos sitúa en el humilde servicio del Señor, de ahí la segunda parábola sobre los siervos campesinos que trabajan. El Papa Benedicto XVI predicó: “Jesús nos hace tomar conciencia de que, frente a Dios, nos encontramos en una situación semejante: somos siervos de Dios; no somos acreedores frente a él, sino que somos siempre deudores, porque a Él le debemos todo, porque todo es un don suyo. Aceptar y hacer su voluntad es la actitud que debemos tener cada día, en cada momento de nuestra vida. Ante Dios no debemos presentarnos nunca como quien cree haber prestado un servicio y por ello merece una gran recompensa. Esta es una falsa concepción que puede nacer en todos, incluso en las personas que trabajan mucho al servicio del Señor, en la Iglesia. En cambio, debemos ser conscientes de que, en realidad, no hacemos nunca bastante por Dios. Debemos decir, como nos sugiere Jesús: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos (Lc 17,10). Esta es una actitud de humildad que nos pone verdaderamente en nuestro sitio y permite al Señor ser muy generoso con nosotros» (Homilía, 03.10.2010).
Por otra parte, los cristianos sabemos muy bien que quien “ha merecido” por nosotros es el Señor.
Recordemos la suplica de la Plegaria eucarística II: “Te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia“.
Como Timoteo que debe renovar la gracia de Dios que recibió con la imposición de las manos, su ordenación, así nosotros debemos reavivar el fuego de la fe y guardar este tesoro, literalmente, “bello tesoro” con la ayuda del Espíritu Santo.
Cada día debemos escuchar “su voz“, como cantamos en el Salmo. Dios es, como remarca la oración colecta de hoy, el que desborda con la abundancia de su amor los méritos y los deseos de los que le suplican.