2020 – SANTOS PEDRO y PABLO, APÓSTOLES
Todas las Iglesias celebran unánimemente la solemnidad del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo.
La fiesta de los Apóstoles procede de la Iglesia aún indivisa y debe celebrarse con un gran sentido ecuménico.
Esta fiesta es pues antigua y universal, no sólo en Roma, sino en todo el mundo cristiano.
Ciertamente, la Iglesia celebró esta fiesta antes que la Navidad del Señor.
Realmente es un tesoro teológico y litúrgico en todos los ritos.
La liturgia de los Apóstoles se revela festiva y, al mismo tiempo, se reviste de una cierta gravedad y ponderación.
Celebramos el fundamento apostólico de la fe cristiana. Sobre esta fe el Señor edifica su Iglesia.
El Prefacio es bello y denso y revela el “sensus theologicus” de la fiesta.
En el rito bizantino precede a la solemnidad “el ayuno de los apóstoles“.
El Papa León, en el año 461, explicaba que este ayuno es lo que los Apóstoles hicieron, según la tradición de las iglesias, para que el Espíritu Santo los asistiera antes de iniciar la misión universal.
Los textos eucológicos y las lecturas propuestas vienen de la más antigua tradición litúrgica.
Lects. bíblicas: Misa de la vigilia: Hch 3, 1-10; Sal 18, 2-3. 4-5; Ga 1, 11-20; Jn 21, 15-19
La triple negación de Pedro se cancela con una triple respuesta, humilde y fervorosa de amor por parte de Pedro en el Evangelio.
De su acto de amor brota el ministerio: “Apacienta mis ovejas“.
Un amor humillado y débil.
El ministerio se fundamenta siempre en un acto de amor a Cristo.
San Agustín hace observar que apacentar las ovejas del pueblo santo de Dios significa sufrir con ellas y que la invitación “Sígueme” implica: hasta la muerte en cruz, “Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios“.
En la primera lectura, San Pedro anuncia la Palabra y cumple los signos que manifiestan la presencia del Reino de Dios, como el Señor.
Esto mismo realizará Pablo en Iconio (Hch 14, 8-18).
En la segunda lectura, de la carta a los Gálatas, Pablo explica cómo, después de su conversión, sube a “Jerusalén para conocer a Cefas“.
El encuentro y el abrazo de Pablo y Pedro se refleja en el “Icono de los apóstoles” de oriente.
Representa el abrazo y la comunión de la Iglesia procedente de la gentilidad y de aquella que procede de Israel.
En ellos, en su vida y en su martirio, la Iglesia reconoce a los garantes de la fe.
El Salmo se aplica a la predicación de los apóstoles: “A toda la tierra alcanza su pregon“.
Lects. bíblicas: Misa del día: Hch 12, 1-11; Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9; 2Tm 4, 6-8. 17-18; Mt 16, 13-19
En un momento crítico del ministerio de Jesús, propiamente fuera del territorio palestinense, en Cesarea de Filipo, el Señor escucha la profesión de fe de Pedro.
Sobre su fe y la de los discípulos, el Señor puede edificar su Iglesia dándole -por el ministerio de los apóstoles- los medios de salvación.
Desde ahora ya puede ir a Jerusalén, a la Cruz. El nombre de Simón, el primer apóstol, es cambiado por el nombre de Pedro “Kefas“, que significa “roca” y es gratificado por la bienaventuranza de la revelación: “¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!”
Es la roca de la fe apostólica, el primado de Pedro, en el sentido eclesiológico más profundo y esencial.
El Señor necesita de nuestra fe para edificar la Iglesia.
La comunidad, como escuchamos en la primera lectura, deberá rezar por él insistentemente.
Pedro será liberado de la noche de la prisión y deberá ir al encuentro de los hermanos y hermanas para confirmar su fe.
Adviértase que los verbos de la teofanía son importantes, “Date prisa, levántate; ponte el cinturón y las sandalias; envuélvete en el manto y sígueme” porque indican la futura suerte de Pedro y su martirio, como le fue dicho (Jn 21,18ss).
Ahora sabe que él debe continuar el camino del seguimiento hasta el final.
La segunda lectura está dedicada al testamento espiritual de Pablo.
Toda su vida queda contenida en aquello que escribe: es como la síntesis gloriosa y humilde de la vida del siervo del Señor.
Ha sido una vida entregada, ofrecida, “Yo estoy a punto de ser derramado en libación“: el bello combate de la paz y del Evangelio ha terminado, la carrera ha llegado a la meta, y él ha conservado el don más grande, su fe.
El Apóstol termina la carta con una doxología que, en cierto modo, es su última palabra a la Iglesia, nosotros.
Es la victoria sobre la muerte, es la vida de la fe que suspira por la Vida divina.
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2020, Liturgia fovenda, p.278s)