2021 – Efemérides semana del 01/11 al 7/11
CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS En la celebración de la Eucaristía, la Iglesia hace memoria de los fieles difuntos y le place pronunciar sus nombres junto a la oblación del Señor en el interior de la “anàfora“, plegaria eucarística. ¿Quién no recuerda las palabras de santa Mónica: “Enterrad este cuerpo en cualquier parte; no os preocupe más su cuidado; solamente os ruego que, dondequiera que os hallareis, os acordéis de mi ante el altar del Señor” (San Agustín, Confesiones 9,9,27). La conmemoración de hoy es universal, es la de todos los fieles difuntos por los cuales se celebra la Eucaristía a manera de sufragio, se reza el “Oficio de difuntos” y se practica la caridad. La limosna en memoria de los difuntos, ya sea como estipendio o donación a los pobres, es costumbre cristiana y forma parte de la Liturgia. La madre Iglesia recuerda con amor y oración a sus hijos e hijas para que su intercesión, unida al sacrificio de Cristo, sea para ellos plenitud de la vida eterna, que recibieron en el Bautismo. Si su conversión a la vida nueva no fuese completa en la tierra y necesitaran una purificación más radical para que la vida eterna se manifestase en ellos, la Iglesia “en la comunión de los Santos” intercede por ellos. Orar por los difuntos es un acto de amor. La Liturgia de hoy tiene una dimensión de universalidad en favor de todos los difuntos, incluso de los que nadie hace memoria. En este sentido, la antífona de entrada en la Misa es realmente impresionante: “Dios, que resucitó de entre los muertos a Jesús, vivificará también nuestros cuerpos mortales, por su Espíritu que habita en nosotros“. Formulario I Lects. bíblicas: Lm 3, 17-26 (o bé: Rm 6, 3-9); Sal 129, 1b-2. 3-4. 5-6. 7-8; Jo 14, 1-6 El dolor por la muerte de los seres queridos se convierte en lamento en la primera lectura. En el libro de las Lamentaciones se expresa el dolor y abatimiento, “ya no recuerdo la dicha“; sin embargo, desde el dolor, el orante quiere traer a su memoria que “la misericordia y la bondad de Dios se renuevan cada mañana“. El cristiano sabe cuál es esa mañana: es el alba del Domingo de Pascua, la aurora de la Resurrección. Una alborada que el centinela ansioso espera, Salmo responsorial. Es el alba de un día sin ocaso ni noche: un “hoy” eterno, un día que no queda remplazado ni por un ayer ni por un mañana. Un día sin fin que participa de la eternidad divina. La muerte provoca siempre un gran silencio a su alrededor, todas las palabras hu manas fracasan ante la experiencia de la muerte, únicamente la Palabra del Señor puede romper este silencio con su Palabra. Una Palabra que en el Evangelio nos dice: “No se turbe vuestro corazón, creed en Dios, creed en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estàncies“. Jesús ha muerto y ha Resucitado para prepararnos un lugar junto a Él. Tenemos lugar reservado para cada uno en el cielo. Con esta esperanza recordamos y oramos por los difuntos, que nos han precedido con el signo de la fe. Formulario II. Rm 8, 31b-35. 37-39; Sal 14, 5-6; 115, 10-11. 15-16a y c; Jn 17, 24-26
En la primera lectura, del gran capítulo 8 de la carta a los Romanos, se escuchan las palabras casi entusiastas del Apóstol: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” Nada ni nadie, tampoco la muerte temporal. Sólo el pecado nos puede separar de Él, en este mundo y en el otro. Y, sin embargo, la condenación definitiva sería mermar la salvación de Cristo, que siempre intercede por nosotros. Nadie puede estar seguro de su salvación o condenación, pero todos debemos confiar en el Señor que ha dado la ida por nosotros, y vivir en la confianza y en el temor de Dios, que excluyen todo miedo. El salmista, lleno de fe, exclama en el Salmo 114, con plena confianza: “Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles“. Es lo mismo que el Señor Jesús expresa en su oración sacerdotal: “Deseo que estén conmigo donde yo estoy“. Es en este deseo de Jesús, un deseo divino, que conmemoramos a los difuntos. Y nuestras lágrimas, justificadas porque nos querían y les queríamos, están empapadas de esperanza. Formulario III. Rm 14, 7-9. 10c-12; Sal 102, 8 y 10. 13-14. 15-16. 17-18; Mt 25, 31-46 “Ninguno vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo“. Con estas palabras, el Apóstol afirma que nadie debe la propia existencia a sí mismo: la recibe siempre de Dios. Tampoco nadie puede disponer de su propia muerte. Pero quiere decir más: la existencia es recibida del Señor que murió y resucitó por nosotros y con ello expió nuestra culpa y el impedimento de participar de la vida de Dios. La perspectiva de la existencia humana como final último no es la nada, sino Dios mismo, delante del cual, recuerda el Apóstol, todos debemos comparecer. Nuestra existencia ha sido amada por adelantado por el Señor que ha dado la vida y, por eso, “tanto si vivimos como si morimos“, somos de Él. Debemos comparecer ante Dios para dar cuenta del amor vivido. Realmente vivido y expresado en el sacramento del hermano, tal como anuncia el gran texto del capítulo 25 de Mateo. ¡Cuántas veces el Papa Francisco dice que este Evangelio es el protocolo con el cual seremos juzgados! Lo realmente impresionante y digno de ser considerado es que los que amaron e hicieron el bien a uno de estos hermanos pequeños, no se enteraron de que lo hacían al mismo Señor. En la Iglesia, a excepción de la Bienaventurada Virgen María, todos somos pecadores convertidos a Jesucristo y, por eso, debemos rezar por los difuntos. El Salmo 102 es un canto a la ternura divina que “conoce nuestra masa y se acuerda de que somos barro“. SAN CARLOS BORROMEO, obispo
Nació en 1538 en Arona (Italia). Terminados sus estudios de Derecho, su tío, el Papa Pío IV, lo nombró cardenal y le encomendó diversos asuntos de la Curia. Más tarde fue nombrado arzobispo de Milán donde fue un verdadero pastor de su rebaño, entregado sin reservas a los fieles. Cuidó con diligencia de los sacerdotes, convocó sínodos y decretó muchas disposiciones destinadas a poner por obra los mandatos del Concilio de Trento. Su tarea supuso una mejora de las costumbres y un incremento de la vida cristiana en su diócesis. Encarnó el ideal del verdadero pastor de almas, instruido en teología, hombre de vida interior, dedicado a las personas, con capacidad de idear y realizar programas pastorales, todo al servicio de los fieles. Renunció a numerosos beneficios que acumulaba, llevando un austero estilo de vida, y dedicando el resto a obras de caridad. Ésta fue admirable cuando la peste asoló la ciudad: él mismo atendía a los moribundos. Murió el día 3 de noviembre del año 1584. Los fieles de Milán desde el día de su sepultura empezaron ya a enco- mendarse a su intercesión. San Juan Pablo II le era devoto y tenía a San Carlos como modelo de pastor de la Iglesia. SANTOS PEDRO POVEDA CASTROVERDE e INOCENCIO DE LA INMACULADA CANOURA ARNAU, presbíteros, y compañeros, mártires Esta memoria obligatoria, propia de las diócesis de España, se originó como celebración común de todos los mártires, santos y beatos, de la persecución religiosa en España en el siglo XX. Pueden intercambiarse, si parece oportuno pastoralmente, los nombres de San Pedro y San Inocencio por otros nombres de mártires propios de la diòcesis, Santos o beatos, añadiendo siempre “y compañeros mártires“. Siempre que éstos no tengan día asignado en los calendarios particulares. Cabe destacar la belleza de la oración colecta por la referencia ma- riana que contiene: “Con la ayuda de la Madre de Dios, los llevaste a la imitación de Cristo hasta el derramamiento de la sangre“. (Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2021, Liturgia fovenda, p.455ss) |
COMMEMORACIÓ DE TOTS ELS FIDELS DIFUNTS
En la celebració del’Eucaristia, l’Església fa memòria dels fidels difunts i li plau pronunciar els seus noms al costat de l’oblació del Senyor a l’interior de l’”anàfora“, plegaria eucarística. Qui no recorda les paraules de santa Mònica: “Enterreu el meu cos en un lloc qualsevol, i no us preocupeu gens de tenir cura d’ell; l’única cosa que us prego és que us recordeu de mi davant de l’altar del Senyor, sigui on sigui que us trobeu” (Sant Agustí, Confessions 9,9,27). La commemoració d’avui és universal, és la de tots els fidels difunts pels quals se celebra l’Eucaristia a manera de sufragi, es resa l’Ofici de difunts i es practica la caritat. L’almoina en memòria dels difunts, ja sigui com a estipendi o donació als pobres, és costum cristià i forma part de la Litúrgia. La mare Església recorda amb amor i oració els seus fills i filles perquè la seva intercessió, unida al sacrifici de Crist, sigui per a ells plenitud de la vida eterna, que van rebre en el Baptisme. Si la seva conversió a la vida nova no fos completa a la terra i necessitessin una purificació més radical perquè la vida eterna es manifestés en ells, l’Església “en la comunió dels sants” intercedeix per ells. Pregar pels difunts és un acte d’amor. La Litúrgia d’avui té una dimensió d’universalitat en favor de tots els difunts, fins i tot dels que ningú fa memòria. En aquest sentit, l’antífona d’entrada a la Missa, formulari III, és realment impressionant: “Déu, que va ressuscitar Jesús d’entre els morts, donarà la vida als nostres cossos mortals, gràcies al seu Esperit que habita en nosaltres». Encara que les lectures de la Missa d’avui es poden escollir d’entre totes les que proposa el Leccionari de difunts, és millor no emprar aquelles que fan referència més immediata a un sol difunt i que, per això, són més adients per a la celebració d’unes exèquies. Els comentaris que segueixen pertanyen als Formularis (I, II i III) presents en la nova edició del Leccionario IV castellà (Misas de los santos, pàgs. 324-332). Convé advertir que hi ha dues opcions per a la primera lectura. Formulari I Lects. bíbliques: Lm 3, 17-26 (o bé: Rm 6, 3-9); Sal 129, 1b-2. 3-4. 5-6. 7-8; Jo 14, 1-6 El dolor per la mort dels éssers estimats es converteix en lament a la primera lectura. En el llibre de les Lamentacions s’expressa el dolor i abatiment, “ja no recordo la felicitat“; però, des del dolor, l’orant vol portar a la seva memòria que la “seva pietat, la de Déu, és nova cada matí, la seva fidelitat és immensa“. El cristià sap quin és aquest matí: és l’albada del Diumenge de Pasqua, l’aurora de la Resurrecció. Una albada que el sentinella espera ansiós, Salm responsorial). És l’alba d’un dia sense ocàs ni nit: un “avui” etern, un dia que no queda reemplaçat ni per un ahir ni per un demà. Un dia sense fi que participa de l’eternitat divina. La mort provoca sempre un gran silenci al seu voltant, totes les paraules humanes fracassen davant l’experiència de la mort, únicament la Paraula del Senyor pot trencar aquest silenci amb la seva Paraula. Una Paraula que en l’Evangeli ens diu: “Que els vostres cors s’asserenin. Confieu en Déu, confieu també en mi. A casa el meu Pare hi ha lloc per a tots“. Jesús ha mort i ha ressuscitat per preparar-nos un lloc al costat d’Ell. Tenim lloc reservat per a cada u en el cel. Amb aquesta esperança recordem i preguem pels difunts, que ens han precedit amb el signe de la fe. Formulari II Lects. bíbliques: Rm 8, 31b-35. 37-39; Sal 114, 5-6;115, 10-11, 15-16ac; Jo 17, 24-26 En la primera lectura, del gran capítol 8è de la carta als Romans, s’escolten les paraules gairebé entusiastes de l’Apòstol: “Qui serà capaç d’allunyar-nos del Crist, que tant ens estima?“ Res ni ningú, tampoc la mort temporal. Tant sols el pecat ens pot separar d’Ell, en aquest món i en l’altre. I amb tot, la condemnació definitiva seria minvar la salvació de Crist, que sempre intercedeix per nosaltres. Ningú pot estar segur de la seva salvació o condemnació, però tots hem de confiar en el Senyor que ha donat la vida per nosaltres, i viure en la confiança i en el temor de Déu, que exclou tota por. El salmista, ple de fe, exclama en el Salm 114, amb plena confiança:”Al Senyor li doldria la mort dels qui l’estimen“. És allò mateix que el Senyor Jesús expressa en la seva pregària sacerdotal: “Vull que estiguin amb mi allà on jo estic“. És en aquest desig de Jesús, un desig diví, que commemorem els difunts. I les nostres llàgrimes, justificades perquè ens estimaven i els estimàvem, estan amarades d’esperança. Formulari III Lects. bíbliques: Rm 14, 7-9. 10c-12; Sal 102, 8 i 10. 13-14. 15-16. 17-18; Mt 25, 31-46 “Cap de nosaltres no viu ni mor per a ell mateix“. Amb aquestes paraules, l’Apòstol afirma que ningú no deu la pròpia existència a si mateix: la rep sempre de Déu. Tampoc ningú no pot disposar de la seva pròpia mort. Però vol dir més: l’existència és rebuda del Senyor que va morir i va ressuscitar per nosaltres i amb això va expiar la nostra culpa i l’impediment de participar de la vida de Déu. La perspectiva de l’existència humana com a final últim no és pas el no-res, sinó Déu mateix, davant del qual, recorda l’Apòstol, tots hem de comparèixer. La nostra existència ha estat estimada per endavant pel Senyor que ha donat la vida i, per això, “tant si vivim com si morim” som d’Ell. Hem de comparèixer davant Déu per donar compte de l’amor viscut. Realment viscut i expressat en el sagrament del germà, tal com anuncia el gran text del capítol 25 de Mateu. Quantes vegades el Papa Francesc diu que aquest Evangeli és el protocol amb el qual serem jutjats! Allò realment impressionant i digne de ser considerat és que els que van estimar i van fer el bé a un d’aquests germans més petits, no es van assabentar que ho feien al mateix Senyor. A l’Església, a excepció de la Benaurada Verge Maria, tots som pecadors convertits a Jesucrist i, per això, hem de pregar pels difunts. El Salm 102 és un cant a la tendresa divina que “sap de quin fang ens va formar, i es recorda que som pols“. SANT CARLES BORROMEU, bisbe Va neixer l’any 1538 a Arona (Itàlia). Acabats els seus estudis de Dret, el seu oncle, el Papa Pius IV, el va nomenar cardenal i li va encomanar diversos assumptes de la Cúria. Més tard va ser nomenat arquebisbe de Milà on va ser un veritable pastor del seu ramat, lliurat sense reserves als fidels. Va cuidar amb diligència els seus sacerdots, va convocar sínodes i va decretar moltes disposicions destinades a posar per obra els mandats del Concili de Trento. La seva tasca va suposar una millora dels costums i un increment de la vida cristiana en la seva diòcesi. Va encarnar l’ideal del veritable pastor d’ànimes, instruït en teologia, home de vida interior, dedicat a les persones, amb capacitat d’idear i realitzar programes pastorals, tot al servei dels fidels. Va renunciar a nombrosos beneficis que acumulava, portant un auster estil de vida, i dedicant la resta a obres de caritat. Aquesta fou admirable quan la pesta assolà la ciutat: ell mateix atenia els moribunds. Va morir el dia 3 de novembre de l’any 1584. Els fidels de Milà, des del dia de la seva sepultura, començaren ja a encomanar-se a la seva intercessió. Sant Joan Pau II li era devot i tenia a sant Carles com a model de pastor de l’Església. SANTS PERE POVEDA CASTROVERDE I INNOCENCI DE LA IMMACULADA CANOURA ARNAU, preveres, i companys, màrtirs Aquesta memòria obligatòria, pròpia de les diòcesis d’Espanya, es va originar com a celebració comuna de tots els màrtirs, sants i beats, de la persecució religiosa a Espanya al segle XX. Poden intercanviar-se, si sembla oportú pastoralment, els noms de sant Pere i sant Innocenci per altres noms de màrtirs propis de la diòcesi, sants o beats, afegint tothora “i companys màrtirs“. Sempre que aquests no tinguin dia assignat en els calendaris particulars. Cal remarcar la bellesa de l’oració col·lecta per la referència mariana que conté: “Déu, Pare nostre, que al benaurat N. i als seus companys, màrtirs, amb l’ajut de la Mare de Déu, els portàreu a imitar el Crist fins a vessar la seva sang; concediu-nos, per la seva intercessió i pel seu exemple, que confessem amb fermesa la nostra fe, de paraula i d’obra“. (Calendari-Directori de l´Any Litúrgic 2021, Liturgia fovenda, p.435ss) |