2020 – SANTÍSIMA TRINIDAD
Este Domingo sólo se puede justificar doxológicamente y como paradigma.
Cada domingo celebramos la gloria de la Trinidad, manifestada en la Resurrección del Señor, por la que el Padre revela el Hijo y nos entrega el Espíritu de filiación que nos convoca como Iglesia.
La liturgia, según la enseñanza del Catecismo, es “opus totius Trinitatis“.
Las lecturas proclaman el Misterio de Dios Uno y Trino.
El antiguo prefacio, s. VI, canta el misterio de Dios: “Que con tu único Hijo y el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor, no una sola Persona, sino tres Personas en una sola naturaleza“.
Cada Domingo la Iglesia glorifica la Trinidad, que inhabita, por la gracia, en nuestros corazones.
La Iglesia brota de la Trinidad, es icono de la Trinidad y camina hacia la Trinidad.
Es remarcable en el Oficio, la Liturgia de las Horas de hoy la bella y profunda himnodia latina.
El fragmento del Éxodo hace vislumbrar ya el misterio de Dios como un misterio esencial de amor: es el “Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad“.
A este Dios, como lo hizo Moisés, le podemos pedir que acom- pañe a su pueblo y perdone su culpa, la infidelidad a la alianza.
Ni la Palabra ni el Espíritu se habían revelado en la Antigua alianza: Israel no sabía nada de Dios Trinidad.
Hay que esperar al Nuevo Testamento para comprender que “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único“, y que así le ha gustado mostrar su ser amor esencial.
Por amor a un tercero, “el mundo” el Padre ha entregado el Hijo.
Se comprende que si Dios no fuera Trinidad no sería amor esencial.
Quien rechaza el amor trinitario se condena él mismo, dado que prefiere las propias tinieblas a la luz de la verdad divina.
San Pablo, al comienzo de su carta, saluda a la comunidad de manera trinitaria.
La Iglesia, la comunidad, se revela como la comunidad donde actúa la gracia de Cristo, el amor del Padre y el don del Espíritu Santo.
Como asamblea litúrgica unida por el amor de Dios -en la gloria de la Trinidad- se manifiesta ante el mundo en su gozo, en su esperanza, en la armonía y en la caridad fraterna.
Por ello, deben saludarse unos a otros “con el beso (el ósculo) santo“.
Un ósculo verdaderamente de paz.
Viven en el interior del mismo amor que vincula al Padre y al Hijo: el Espíritu Santo.
Así somos introducidos “en la profundidad divina” (cf. 1Co 2,10) que sólo el Espíritu conoce.
El cántico de las criaturas, como himno del universo, canta incesantemen- te: “¡A ti gloria y alabanza por los siglos!”
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2020, Liturgia fovenda, p.258)