NATIVIDAD DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA – 8 de septiembre
La antífona de entrada canta: “Celebremos con alegría el nacimiento de la Bienaventurada Virgen María: de ella salió el Sol de justicia, Cristo, nuestro Dios”.
La Liturgia contempla en este nacimiento los “primordia redemptionis nostrae”.
Es una fiesta ecuménica. Hoy los troparios bizantinos hablan así de lo que en occidente hemos llamado “la aurora de la salvación”: “soplan los vientos de la salvación”.
Los destellos de la Resurrección del Señor llegan anticipadamente e inundan ya de luz el día del nacimiento de María.
Es proclamado el gran Evangelio de las Generaciones del Mesías, la Genealogía.
Jesús, el Señor, es hijo de Abraham y de David, según la carne, por el pueblo de la fe, pero es Hijo único de Dios según su divinidad, engendrado por gracia del Espíritu Santo en el seno de la Bienaventurada Virgen María.
San Juan Damasceno predicó: “El día de la natividad de la Virgen es una fiesta de alegría universal porque, a través de ella, se renovó todo el
genero humano, y la aflicción de la madre Eva se convirtió en alegría”
(Homilía en la Basílica de santa Ana, un 8 de septiembre de año desconocido).
La oración colecta es antigua, sobria y bella: “Para que (…) consigamos aumento de paz en la fiesta de su Nacimiento”.
El Misal Romano (3ª ed.) ha enriquecido esta fiesta con dos formularios para la “oración sobre las ofrendas”; merecen ser notadas y meditadas, pues provienen de una antigua tradición.
El nacimiento de María es signo de que Dios nos ha preparado la salvación, ya que preparó el cuerpo y el alma de la Madre de Jesús, que también es nuestra madre.
San Pablo escribe: “Los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo”.
Esto es especialmente cierto para la Santísima Virgen María, predestinada a configurarse a la imagen del Hijo de Dios e Hijo suyo.
Esta larga serie de generaciones, tan monótona en su lectura, es realmente la síntesis de una historia viva, también tejida de pecadores, y que fue conducida por Dios hacia el nacimiento de María y Jesús.
Con todo, el plan de Dios se realizó a través de un medio extraordinario, desconcertante: José no entiende lo que está pasando, porque es obra del Espíritu Santo.
Las generaciones humanas que se suceden a lo largo del tiempo no son suficientes para cumplir el plan de Dios: se requiere la intervención del Espíritu Santo, el don creador de Dios.
Por lo tanto, todo nos habla del amor de Dios: creador y salvador.
Hoy más que nunca, debemos proclamar nuestro agradecimiento a Dios, nuestra alegría, porque desde el inicio rodeó de amor y de gracia a María. Y, en ella y por ella, y por el Hijo de sus entrañas, a nosotros.
En la primera lectura, la profecía de Miqueas anuncia el nacimiento del Mesías en Belén Efratá y esto esconde un sentido teológicamente profundo: celebramos el cumpleaños de María sólo y únicamente por causa del nacimiento de su Hijo, lo mismo ocurre con la celebración del natalicio del Bautista.
Toda la Iglesia se une a la alabanza de la Santísima Virgen en el Salmo: “Desbordo de gozo con el Señor”.
Es remarcable la homilía de San Andrés de Creta en la segunda lectura del Oficio: “Hoy, en efecto, ha sido construido el santuario creado del Creador de todas las cosas, y la creación, de un modo nuevo y más digno, queda dispuesta para hospedar en sí al supremo Hacedor”.
Y en el responsorio cantamos: “Celebremos con devoción, en este día del natalicio de María, Virgen perpetua y Madre de Dios, cuya vida ilustre da esplendor a todas las Iglesias”.
(Calendario-Directorio del Año Litúrgico 2020, Liturgia fovenda, p.349)